Los familiares esperan que la tarea de identificar a quienes murieron en la guerra comience finalmente en enero próximo. Una misión de la Cruz Roja está en las islas con ese propósito. Norma Gómez relató a Página/12 la búsqueda de su hermano.
Norma Gómez es hermana del soldado Eduardo Gómez, un joven de 19 años, fanático de River, que vivía en una zona rural de Chaco hasta que fue convocado al servicio militar en Monte Caseros. Cuando comenzó la incursión militar en Malvinas, Eduardo escribió desde Río Gallegos una carta dirigida al hermano de su madre. “Nosotros no teníamos papá. En la carta le pide a mi tío que cuide a mi mamá, a mi abuela y a mi hermano Guillermo que en esa época tenía ocho años. Le dice que cuando volviera le iba a pagar. Y de ahí nunca más volvimos a tener contacto”. Luego de buscarlo entre los vivos, en hospitales, instituciones psiquiátricas, pensarlo perdido e inconsciente o prisionero de Gran Bretaña, los Gómez visitaron el cementerio de Darwin en Malvinas durante un viaje humanitario organizado por la Cruz Roja Internacional en 1991. En el cementerio observaron las tumbas de los 237 soldados argentinos, 123 de los cuales permanecen como NN enmarcados por un escrito: “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. La familia Gómez es una de las 81 que dieron sus muestras de sangre para la identificación de los soldados sin nombre en las islas. Esta semana viajó a Malvinas una misión técnica del Comité Internacional de la Cruz Roja y permanecerá allí hasta el 5 de julio. El gobierno argentino anunció el viaje como parte de los acuerdos “estrictamente” humanitarios que se están buscando con los británicos para una “eventual” tarea de identificación forense de los miembros de las Fuerzas Armadas inhumados en el cementerio. Los familiares esperan que esa identificación pueda comenzar a hacerse finalmente durante el próximo mes de enero.
“Hace años empezamos esta lucha por la identificación, una lucha incansable en la que realmente habíamos perdido todas las esperanzas”, dice Norma. “No teníamos respuestas. Hicimos manifestaciones el año pasado frente a la embajada británica. Hubo una gran repercusión internacional. Pero faltaba el aval de Gran Bretaña. Creo que finalmente algo de eso llegó. Obviamente todos estamos con muchas expectativas. A fines de julio vamos a tener una reunión con los antropólogos para ver cómo se va a hacer la identificación que a lo mejor podría hacerse en enero”.
Norma es parte de una nueva generación de familiares. Fue uno de los motores del trabajo de reconstrucción de historias y de vínculos que comenzó hace cuatro años, puerta a puerta, en el interior de la provincia de Chaco, cuando avanzó una causa judicial por el derecho a la verdad de las familias. Contactó en esos años a quienes aún esperaban el regreso de sus hijos. Muchos, dice ella, no aceptan que sus hijos están muertos. Sobre todo las madres. A unos 20 kilómetros de su casa, encontró una pareja de ancianos. “Están muy cerquita de mi casa, los abuelitos nos dijeron que su hijo iba a volver. Que ellos lo esperan. Ese fue nuestro primer impacto. Nunca habían sido invitados a Malvinas, creo que más por eso creen que su hijo va a volver. Cuando yo les di la noticia de las muestras, me aceptaron. Dijeron: ‘ahí vamos a sacarnos la duda de si está vivo o está muerto’”. En otra casa, le contaron que una madre dejó de sonreír en el año 1982. En Villa Angela, observó a otra madre tendida en una cama con la bicicleta de su hijo todavía preparada. En Tres Isletas, una hermana le dijo que su padre pasaba las noches esperando la vuelta del hijo. “Y mi abuela –dice Norma– todas las tardes miraba el horizonte porque vivíamos en el campo. ¿Qué es lo que estás mirando abuela?, le preguntaba yo. ‘Lo estoy esperando a tu hermano’. La Navidad de 1982 fue lo peor que nos pudo haber pasado: habíamos puesto un plato de más en la mesa esperando que vuelva mi hermano”.
Cuando comenzó la toma de muestras viajó Maco Somigliana, del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Había una escribana y una trabajadora social. “Algunos han aportado la sangre de un familiar para la muestra; otros tres y hasta seis por familia por la desesperación que tenían. Casi todas han aportado las muestras. Creo que ahora nos irán avisando cuando comience el proceso de identificación. Cómo lo harán, no lo sé. Pero imagino que de esa manera se va a saber también si murieron en combate, si murieron de hambre, si murieron de frío. Si murieron porque los torturaron. Ahí va a salir a la luz todo”.
La búsqueda de identificación de este pueblo de cuerpos sin nombres tiene una de las tramas de su historia entre los familiares de los soldados caídos en la islas. Los familiares provienen de grupos heterogéneos. Entre los muertos hay oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas pero también decenas de colimbas pobres y soldados desplazados hacia el sur, obligados a participar de la guerra. Durante años, la voz oficial de los muertos fue la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas, controlada de alguna manera por las Fuerzas Armadas. Desde 1982 fue presidida por Héctor Omar Cisneros, hermano de Mario Cisneros, uno de los oficiales caídos. Después de años de sospechas, con la desclasificación del listado de integrantes del Batallón de Inteligencia 601 en 2009 el nombre de Cisneros apareció en los listados como espía de la máxima central de espionaje de la dictadura militar. “Lo peor que le podía pasar a las Fuerzas Armadas después de la guerra era que los familiares de los soldados se juntaran con las madres de Plaza de Mayo por eso para nosotros buscaron controlar esta comisión”, dice Ernesto Alonso, encargado de relaciones institucionales del Centro de ex Combatientes Islas Malvinas (Cecim). “Por esto durante años la Comisión se opuso a la identificación: porque no sólo pedíamos la búsqueda de la identidad de los NN sino también saber las razones de la muerte”. agrega Alonso.
En 2011, el Cecim y un grupo de familiares impulsaron una causa por el derecho a la verdad en el juzgado federal de Julián Ercolini. En diciembre de 2012, el juez reconoció el derecho a la verdad y ordenó al Estado argentino a realizar todo lo que estuviese a su alcance para llevar adelante la identificación. De forma paralela empezó otro proceso. En 2012, Cristina Fernández de Kirchner solicitó la colaboración de la Cruz Roja para abrir una negociación con Gran Bretaña para esa identificación. Se hizo un protocolo. Argentina debía avanzar en la recolección de las pruebas genéticas a través de un equipo constituido por el EAAF y los ministerios de Justicia y Desarrollo Social. Esa fue la etapa en que se sumó Norma y durante la cual se creó el Banco de Sangre de Familiares de Combatientes argentinos fallecidos en el conflicto del Atlántico Sur inhumados sin identificación. En abril de 2013, el gobierno argentino anunció que el Banco tenía muestras de 81 familias. Las tensiones dentro del movimiento de familiares explican por qué el número no es más elevado. Pero el número también da cuenta del alto grado de consenso de la iniciativa, una de las primeras preocupaciones que tuvieron en cuenta los organismos internacionales.
El largo camino
En 1983, dice Norma, la familia empezó a buscar a su hermano como lo hacían los familiares de los desaparecidos desde 1976. “Empezamos llamando por teléfono. Una vez nos dijeron que estaba almorzando lejos, que no podíamos hablar con él. Otra vez, que tenía pie de trinchera. Después, que estaba desaparecido. Un hermano y una prima viajaron a Buenos Aires. Mi prima se disfrazó de enfermera y entró a todos los hospitales porque nadie nos decía nada de lo que pasaba con él. Siguieron preguntando hasta que los militares de la época los amenazaron y les dijeron que si no volvían a Chaco, mi mamá no solo iba a perder un hijo sino a dos”.
En 1991, Norma hizo el viaje a Malvinas con su madre y su hermano mayor. “Era un viaje organizado por la Cruz Roja Internacional. Y ahí nos encontramos con que mi hermano no tenía nombre. No estaba su nombre. Y así más se alimentó la esperanza de mi mamá de encontrarlo con vida. Por eso empezamos con la búsqueda de nuevo. Pensábamos que podía estar en un lugar inconsciente, que no reaccionaba. Que estaba herido. Que no tenía manera de comunicarse. Lo buscamos en los hospitales psiquiátricos, en el Borda. El último fue el Hospital Naval. Todavía me acuerdo. Un señor me dijo: ‘Sí, Eduardo Gómez, está en la pieza 38 en el octavo piso’. Subimos. Mi hermano me llevó a upa porque los asesores no andaban. Llegamos, pero no era. En la habitación había un tal Enrique Gómez. Y ahí desistimos. Yo me volví a Chaco. Pero la ilusión de mi mamá y de mi abuela quedaron latentes.
–¿Creció la esperanza porque no vieron el nombre escrito en Malvinas?
–Sí. Ahí es donde se les alimentó más la esperanza de que podía estar vivo.
–Había pasado demasiado tiempo. ¿Por qué?
–Porque muchos tenían nombres. Entre los que sí tenían nombre, había, por ejemplo, un primo mío: Mario Sánchez. Y mi hermano, no. Mi mamá y mi otro hermano no saben leer. Solamente yo sé leer. Una señora me ayudó a buscar los nombres y a leerlos también porque mi mamá no creía lo que yo le decía. Me decía que en algún lado debía estar. Y después se quedó pensando que a lo mejor podía estar en otro lugar de Malvinas, como prisionero. ¿Por qué digo esto? Nosotros somos una familia extremadamente humilde, pero con principios excelentes. Mi abuela decía que como él era tan bueno, a lo mejor los ingleses lo debían querer mucho y que por eso se lo llevaron.
–Entonces, ¿cuándo aparece la idea o la posibilidad de la identificación en Malvinas?
–Alrededor de 2011. Algunos ya estaban haciendo este pedido. Un día viene Ernesto Alonso del Cecim a Resistencia. Me citan a mí y yo no podía tomar una decisión sin el aval de mi mamá. Así empezamos esta lucha.
Durante estos años, los familiares tuvieron información sobre los entierros. Un sepulturero del Ejército británico mostró la ceremonia del entierro. De acuerdo al Cecim, el hombre viajó con un equipo a Malvinas después de la guerra para reubicar en un sólo lugar los cuerpos de los muertos argentinos que hasta entonces habían quedado en distintos lugares.
“Él nos contó cómo están enterrados. Cómo son los cajones. Nos dijo que debajo de una cruz puede haber uno o dos cuerpos. Yo le pregunté: ¿Señor por qué no están identificados? Y él me dijo: ‘Porque no tenían las chapitas’. El les decía ‘mis chicos’. Y decía: ‘Cada vez que yo encontraba la identificación de alguno de mis chicos, yo me ponía contento. Y cuando no podía encontrarla, me largaba a llorar. Entonces los puse a todos como NN. Abajo de cada cruz puede haber hasta tres con su respectivo cajón en una bolsa blanca. ¿Por qué bolsa blanca? Porque ellos son extranjeros. Dijo que la mayoría puede ser identificado. Quizás algunos no”.
Fuente: Pagina12