Laura Giselle López tiene 32 años; asiste, de forma gratuita, a mujeres a punto de parir y las contiene dándoles la mano, conversando con ellas y estando presente en el parto
«Por favor quedate conmigo, tengo mucho miedo», le ruega una mujer a punto de parir a Laura López, en una sala de parto de una maternidad porteña. Esa mano, ese apretón de ambas manos, es a veces la única compañía de una mujer en el momento más importante y vulnerable de su vida. Laura se queda, ofrece cálidamente su mano y su palabra, contiene a esa mujer y, por fin, escuchan juntas los primeros llantos del bebé que acaba de llegar al mundo. Emoción, alegría, dolor: todas las sensaciones se entremezclan al momento de dar a luz.
Laura Giselle López es psicóloga, consultora en crianza y profesora de nivel inicial. Desde hace cuatro meses, forma parte del equipo de salud y concurre todos los lunes de forma ad honorem al hospital -cuyo nombre queda reservado por motivos legales- con una misión profesional: acompañar a las mujeres que van a parir. «Mi rol es velar por el bienestar emocional de esa mujer y de esa familia en un momento de extrema vulnerabilidad: escucho su historia, valorando qué siente, conteniendo con la palabra y el cuerpo, y estando presente pero sin invadir», resume con un entusiasmo digno de una apasionada por su trabajo, mientras destaca la necesidad de reconocer la singularidad de cada mujer y de que ella pueda decidir si quiere estar acompañada y por quién.
Todos los lunes a las 8 de la mañana llega a la maternidad, saluda al equipo y se entera de cuál es la situación de cada mujer de la guardia. Piensa cuáles de ellas ameritan su intervención y escucha los pedidos de los médicos: «Me piden que me acerque, por ejemplo, cuando hay ‘consumo problemático de sustancias»‘. Saluda a todas las pacientes, les pregunta cómo están, cómo se llaman y si están acompañadas, y se presenta: «Yo soy Laura, soy psicóloga del equipo y acompaño a las familias que están en la guardia. Cualquier cosa que necesites, yo estoy por acá». Ese simple saludo, cuenta Laura, no sólo las sorprende, sino que además termina en un «por favor quedate conmigo, tengo mucho miedo».
Cada parto es una historia
El primer día que llegó a la guardia, el equipo le pidió que se acercara a una mamá cuyo parto había sido complicado. Cuando Laura ingresó a la sala, la beba tenía solo 10 minutos de vida. Saludó a la madre, se presentó y escuchó la primera frase de aquella mujer que cargaba a su hija: «mirá cómo me mira, tiene mirada de hija de puta», le dijo. Sorprendida, conversó con ella y con su marido sobre qué significaba esa mirada: «ella pudo enlazar que su marido le dice lo mismo cuando se pelean». La escucha y la compañía de Laura fue clave: «Ella podría haberlo pensado y no decirlo, que no haya nadie para escucharla, y la idea podría haber crecido. Pero, a partir de la escucha, desarmamos eso que había dicho y esta connotación negativa desapareció», recuerda.
En estos cuatro meses, Laura asistió a más de 25 partos de mujeres de diferentes países, estratos sociales y edades. Con su oído y sus palabras, logra mejorar cada día la experiencia de esa «hora sagrada», ese primer encuentro entre la mamá y el bebé. «Esas dos vidas no dependen de mí, pero mi rol puede cambiar el recuerdo y la experiencia de cada mujer».
Atravesó distintas situaciones que le enseñaron y la marcaron personal y profesionalmente. «Pasé a saludar a una mujer muy callada, que no expresaba ningún dolor, y cuando pudo empezar a hablar, me pidió que me quedara y terminó dando a luz abrazada a mi de costado», cuenta emocionada. Rápidamente otro recuerdo la invade: «Una madre había dado a luz y no quería verlo. Los médicos detectaron un posible síndrome de down y me pidieron que me quedara para decírselo. Cuando se lo contaron, ella dijo ‘los nenes con síndrome de down tienen mucho para enseñarnos’. Para ella fue un puente con una historia anterior que había vivido».
Dudas, temores y expectativas
El momento del parto, cuenta Laura, marca la vida de las mujeres, y cada una de ellas lo vive de distinta manera. ¿Cómo llegan a ese momento? «Abunda mucho miedo y desinformación en la guardia, porque además muchas no pudieron hacer el curso de preparto. Yo trato de reconocer todo el tiempo que ahí hay una persona y ponerme en su lugar, animarla a hacer preguntas cuando no entiende lo que dicen los médicos», confiesa, mientras destaca la importancia de respetar el dolor, y al mismo tiempo, mostrarles la otra cara: «Es el día que va a nacer su hijo, es un día de alegría, y el bebé también hace mucho esfuerzo para nacer».
Ante el trabajo de parto, Laura chequea primero si hay un familiar o un amigo: «La mujer tiene que estar acompañada por quien ella quiera», afirma. Acto seguido, ofrece su mano y compañía; siempre aceptada. Se cambia, se coloca la cofia, el barbijo y las botas en los pies, e ingresa a la sala con la futura madre. La abanica, la ayuda con algún dolor, la toma de la mano y vive a flor de piel cada parto. «Es muy emocionante, soy una testigo privilegiada. Veo esas caras transformarse del dolor a la alegría absoluta en un segundo. Siempre estoy al borde de las lágrimas», cuenta muy emocionada.
¿Por qué cree que las mujeres le piden que se queden con ella, una completa desconocida, en el momento más importante de sus vidas? «Soy esa cara que conocieron, que les habló, que les preguntó por su historia y que reconoció su ser singular», confiesa, mientras agrega: «Me agradecen mucho después del parto, me dicen ‘yo no me voy a olvidar de tu cara’. Mi rol es reconocido desde el momento que no les da lo mismo que esté o no, y veo ese reconocimiento en la mirada que me devuelven», cuenta Laura, con una gran sonrisa.
La llegada al mundo del bebé: ¿cómo recibirlo?
l parto no es solamente el acto de dar a luz, sino que implica además las primeras interacciones entre madre e hijo, esas que dejarán su marca en el desarrollo emocional del niño. «Esos encuentros deben ser lo más afectuosos y saludables posibles, orientando y valorando las necesidades afectivas de los recién llegados. Es muy importante darles la bienvenida, que escuchen el latido de la madre y se reencuentre con las voces de sus padres», destaca Laura.
La palabra y la escucha son sus herramientas de trabajo, pero ella sabe además cuándo necesita valerse de cada una: «Basta con abrir el diálogo para descubrir que cada mujer trae a cuestas miedos y angustias que se actualizan al momento del parto. A veces no hay lugar para la palabra porque hay mucho dolor. Tampoco se trata de llenar de palabras ciertos momentos, ni de tapar la angustia, sino de que haya otro para escuchar, para darle un lugar y acompañar lo que pase», revela.
Cada parto para ella es especial y único, en cada uno de ellos se emociona profundamente y agradece no acostumbrarse a vivir ese momento mágico y sagrado. Laura siente que su lugar en el mundo hoy es en ese hospital, colaborando en el vínculo entre madres e hijos, entre padres e hijos. Al final del día, se va a su casa con la inmensa satisfacción de haber ayudado a varias mujeres a dar a luz, a dar vida.
Fuente: lanacion.com