Tras el regreso de Gran Hermano a la pantalla, con picos de ratings que hace tiempo no se daban en el prime time, hablamos con Pablo Mendez Shiff, licenciado en Ciencia Política y magíster en Estudios de Cine, Televisión y Nuevas Pantallas, quien analiza por qué no podemos dejar de verlo.
En una nota publicada esta semana en Página|12, Pablo Méndez Shiff señala el cambio que hay en el tratamiento de las diversidades en esta nueva edición del reality show. «Hay muchas similitudes entre la del 2001 y la de ahora, 2022. Eso puede ser también a nivel tele, inversiones. La TV abierta solo se mide en AMBA, no se mide otras provincias». Y subrayó: «Este Gran Hermano el presidente hizo su intento de denuncia, lo que hizo que se hable del tema por otros lados».
También remarcó: “Como todo discurso social, está inserto en un tiempo y un lugar. En 2001 había un discurso muy sexualizado sobre Tamara Paganini. Hoy eso circula un poco menos en la sociedad. En el 2011 se debatió la identidad de género, pero como una cuestión de disforia, pero era una discusión que tenía que ver con la época”.
Méndez Shiff en su nota menciona una publicación de Sandra Russo en el 2007 que rompió el pudor que tenemos muchas veces los progres y se declaró fan de Gran Hermano. Y señaló algo muy importante, que hay que mirar al programa no como una muestra de lo que sobra en la sociedad sino de lo que falta. Siguiendo esa lógica de razonamiento, podemos pensar que, en esta primera semana de la edición 2022, aquello a lo que le prestamos atención y vemos dentro y no fuera de “la casa más famosa del país”, es por ejemplo, el diálogo intergeneracional. Alfa, un señor de sesenta, le enseñó a doblar pantalones a Thiago, un chico humilde de 19 años. Cuando Thiago le dijo que ya empezaba a sentir el desarraigo y extrañaba los pancitos caseros de su casa, Alfa se puso a hornear.