El ocaso del dios de la moda

La segunda parte de la saga American Crime Story se centra en la muerte del creador italiano y en la mentalidad de su asesino. Está presentada como una tragedia de corte operístico y con opulencia visual.

Un dios de la moda. Un ángel desdichado que quiere acceder al panteón vedado para los de su tipo. Como en toda buena tragedia habrá muerte, dolor y quizá alguna moraleja sobre el final. El asesinato de Gianni Versace, segunda parte de la antología American Crime Story de Ryan Murphy, se presenta con ese manto clásico y posmoderno al mismo tiempo por el contexto singular que cobija el relato. Miami. Finales de los ‘90. El mundo de las celebridades. El toque chic. Lo que el prolífico showrunner Ryan Murphy intenta hacer es emular la propia obra del diseñador italiano: una exuberancia visual que mezcla influencias y géneros para dejar su estampa. Tras la seguidilla de producciones como Nip/Tuck, Glee, American Horror Story, Feud, Murphy juega con insolencia maximalista en una historia a su medida. El primero de sus nueve episodios se estrenará el próximo jueves a las 22 por FX.

El centro de la historia es el homicidio cometido contra el diseñador calabrés en la puerta de su palacete en Miami a manos de Andrew Cunanan. Pero, al menos durante todo el piloto, la intención es la de establecer paralelismos entre el hombre que hizo del nombre familiar uno de los mayores emporios del fashion y el de un muchacho camaleónico, con sueños demasiado grandes, convertido en asesino serial de gays. La fecha clave es la mañana del 15 de julio de 1997, cuando Versace (un mimético Édgar Ramírez) volvía de un paseo por South Beach y resultó gatillado por Cunanan (Darren Criss). Desentrañar los motivos de ese crimen “horroroso e inexplicable” será el objetivo de la miniserie, amplificado por una escena del crimen tan shocking como ideal a fines representativos. Ryan Murphy se regodea como un chico en una juguetería: las escalinatas de mármol, el portón negro de altura imperial, el charco de sangre del modisto, la paloma alcanzada por uno de los proyectiles y que será centro de varias intrigas.

Hay otras tres líneas claras sobre las cuales se asienta el relato y dos de ellas están vinculadas al homicida. No por nada, la base para la miniserie fue el libro Favores Vulgares de Maureen Orth que retrató esta historia desde el punto de vista del criminal. Una es la persecución a ese hombre que en pocos meses se había convertido en un asesino serial de gays y estaba en la mira del FBI. La otra es la construcción del perfil de Cunanan desde 1990 cuando, según le contaba a todos sus conocidos, había tenido un affaire con su futura víctima. “Versace me invitó a la Ópera. Y claro que dije que sí”, seduce. A Cunanan se lo muestra como un mitómano y aprovechador, un chico material que se ofrece al mejor postor en boliches, mientras ambiciona un futuro plácido al compás de “All around the world” de Lisa Stanfield. Por último, está el melodrama familiar, con el matronazgo de Donatella Versace (Penélope Cruz en versión camp), su batalla declarada contra la pareja de su hermano (Ricky Martin) y las intrigas por el futuro de la firma. “Ahora van a querer investigar todo (…) No voy a dejar que ese hombre, un don nadie mate a mi hermano dos veces”, estruja Donatella. Se refiere a taxiboys, VIH, el rol de la prensa amarilla y el de la policía -señalada como inoperante y con una gran carga de responsabilidad en el asesinato-.

Tras el mojón que supuso The People v. O. J. Simpson, esta vez Ryan Murphy deja las notas de crítica social en un segundo plano y se la juega por un thriller queer con ciertas observaciones sobre la comunidad gay. Es una jugada sorpresiva por el éxito que supuso la primera parte de ACS. Si aquella comenzaba con una mención a la brutalidad policial y la injusticia racial, aquí se despacha con esculturas renacentistas, diseños dorados, palmeras y la opulencia que aflora en Villa Casuarina. La obsesión por el lado B de la fama sigue presente pero roza un drama íntimo de corte épico y tonos pastiche. Lo cual, cabe decir, es propio del malogrado diseñador. Basta con ingresar ahora mismo a la página web de la empresa: hay imágenes cinceladas con detalle, querubines violetas, suena incansablemente una pianola y el apellido Versace. Ryan Murphy la adoraría.

Fuente: pagina12.com.ar

También podría gustarte Más del autor

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.