Peteco y Homero Carabajal, padre e hijo, se unieron a la baterista Martina Ulrich para darle forma a un trío en el que cabe un amplio panorama de influencias y posibilidades. Esta noche presentan El amor como bandera en el Club Cultural Matienzo.
El tránsito está espeso en la encrucijada de Garay y Solís, pleno sur de la ciudad. Pasado a decibeles, esto significa que hay un ruido infernal. Y que a Peteco y Homero Carabajal (padre e hijo) se les dificulta un poco la comunicación, por más que la cosa sea dentro de un bar “¿Cómo ha dicho?”, pregunta un par de veces la oveja negra del clan… autos, motos, camiones y bondis dificultan el andar calmo de sus palabras, pero se las arregla. “Hace ocho años que Homero viene trabajando conmigo, y Martina (Ulrich) un poco menos: tres”, historiza el inspirado músico bandeño, acerca del origen de Riendas libres, trío con el que acaba de publicar un muy buen disco llamado El amor como bandera. “Igual, hace más tiempo que venimos tocando con papi. Hemos hecho juntos el tributo a mi abuelo Carlos Carabajal, y otras cosas”, se incorpora Homero, que pide “media” gaseosa y vuelve la mirada sobre su padre. “La verdad que me cansé de ser solista… se terminó. A partir de ahora le voy a dedicar mi tiempo a este trío”, sentencia Peteco, ante la inminente presentación del disco que tendrá fecha y lugar hoy a las 21 en el Club Cultural Matienzo (Pringues 1249).
–¿Adiós definitivo al Peteco solista, entonces?
Peteco Carabajal: –Bueno, iré solo con mi guitarra donde me lo pidan. Pero en cuanto a grabar discos y esas cosas, me concentraré exclusivamente en este trío.
La postura musical del grupo no escapa a la esencia del lado Carabajal que representa Peteco. Esencia de chacarera, sí, pero sin atarse a ningún mandato de la tradición. En rigor, Martina, media hermana de Homero y pata femenina del trío, alterna entre la batería y el bombo legüero; Peteco hace lo propio con guitarras a 220 o a 0; y Homero manipula sin prejuicios sus guitarras, bajos y sintetizadores. “El nombre del trío nace de un trabajo que estaba haciendo yo, en el que no me había puesto límites para trabajar. Había hecho todo de una forma totalmente libre y papá me dijo ‘yo tengo un nombre… Riendas Sueltas’, pero después tuvimos que cambiarlo a Riendas Libres, porque apareció alguien que ya tenía el nombre registrado. Y fue una suerte, porque la palabra ‘libre’ tiene una connotación mucho más placentera”, explica Homero, parado otra vez en la génesis del trío. “Somos libres, porque no tenemos que responder a la historia familiar como sí lo tiene que hacer el conjunto Los Carabajal, por ejemplo”, refuerza Peteco.
–Pero usted es un Carabajal y ha formado parte del grupo, también.
P. C.: –Sí, claro, pero no puedo ir y proponerle al grupo que haga rock. En cambio, con Riendas Libres no hay ningún canon que tengamos que respetar, ningún parámetro fijo, digamos.
–Antes de entrar al disco en sí, ¿cómo funciona la relación padre-hijo en lo musical?
Homero Carabajal: –Nuestra relación tiene a la música como lenguaje, juego, símbolo y código. Tenemos una cotidianeidad que consiste en todos estos aspectos. Yo me he ido metiendo de a poco en esto… primero cantando la zamba “A mis viejos” cuando era chico, luego grabando “El viajero” en Ckayna Cunan, disco de papi, o “Aleluya chacarera”, que él incluyó en El viajero (el disco). Y ya en Los caminos santiagueños, compusimos juntos tres temas. También influyó que me haya mudado al lado de su casa, y que hayamos viajado mucho en giras. Esto hizo que floreciera una creatividad conjunta.
P. C.: –Sobre todo las giras fuera del país, sí. Hemos estado un mes juntos en Europa, durmiendo en las mismas piezas, y esto da una relación muy íntima entre padre e hijo. En las charlas se crean muchas canciones.
En efecto, de las catorce piezas que pueblan El amor como bandera, ocho llevan la rúbrica de ambos (“El fin de la infancia” y “Bautismo de manantial”, entre ellas), y el resto se las reparten: “Un paso y un adiós” y “Las gracias al vacío”, le pertenecen a Homero; y “De dónde bajó ese brillo”, “El río y mis sueños”, “La flor de Dios” y “Soy de los lagos”, a Peteco. “Este tema se lo dedico a ‘Fatiga’ Reynoso, el ex bombisto de Los Manseros Santiagueños, porque también nació en el barrio Los Lagos de La Banda”, especifica el creador de “La estrella azul”, en referencia a Juan, su primer hijo. “Decidimos hacer ese tema con una guitarra mía a la que, si le sacás todo lo demás, suena como una vidala pura”. Lo que Peteco identifica como ‘lo demás’ es la guitarra eléctrica de Homero, que le aporta a la pieza una sonoridad bien actual. “Me encanta porque, como decía antes, ya no tenemos que andar respetando eso de que una vidala hay que hacerla con caja o, a lo sumo, con guitarra con cuerdas de nylon. No. Esta es una canción que proponemos así, y es una de las más fuertes del repertorio”, legitima el ex MPA y Santiagueños.
La justificación de esta estética desprejuiciada anida, según Peteco, en una cuestión geográfica y vivencial. “Yo soy de Santiago del Estero, pero también de Buenos Aires. Me he criado aquí y allá, y entonces me sale una música naturalmente atravesada por el monte y la ciudad. Ojo, no es que digo ‘ahora me voy a hacer el rockero’ o ‘ahora me voy a hacer el montaraz’, no. Yo toco, nomás, y sale lo que sale”. “En este sentido”, tercia Homero, ‘Bautismo de manantial’ lo tiene todo, porque implica los caminos de la vida, el irse curando las heridas, llevando consigo lo que uno quiere. Implica limpiarse, y liberar el espíritu. La vida y la muerte al costado del camino todo el tiempo, algo que pasa en todas partes”. “Y también reconocer y admitir los misterios de la vida”, vuelve Carabajal padre.
Fuente: pagina12.com.ar