Seis becarios del CONICET reflexionan sobre el rol de la ciencia. «Al investigar, privilegiamos las necesidades del país», coinciden.
A veces nos cuesta imaginar que detrás de las noticias que nos hacen pensar en un mejor futuro -aquellas que entusiasman cuando un científico encuentra la cura para tal o cual o enfermedad o las que nos alegran porque se descubrió una tecnología que nos va a hacer la vida más fácil- hay mucha gente. Hay personas que investigan, otros que le agregan a esa investigación sus propias ideas y algunos que resignifican ese trabajo encontrando la solución al problema, la cura a la enfermedad o la tecnología perfecta. Los 10 mil becarios del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) representan, actualmente y en nuestro país, parte de ese recurso humano que proyecta hacia el futuro y hacia todos. Y aunque el método científico cuestionaría la muestra, una charla de Tiempo Argentino con seis de estos investigadores busca, justamente, reflejar parte de esa labor y de su importancia para la sociedad, en tiempos en los que el sistema científico argentino ha sido reconocido por el Estado en su verdadero valor.
«Cuando aparece una noticia de ciencia en los medios lleva 10 años de inversión detrás. A principios de 2003, cuando ingresé a la Universidad, el panorama era casi desolador y las posibilidades laborales estaban en el exterior, porque el CONICET daba menos de 100 becas por año. Hoy soy docente y la situación es diferente: los que van egresando tienen la posibilidad de seguir desarrollándose en el país porque hay inversión y se han construido miles de metros cuadrados para fomentar la ciencia y la tecnología», abre el juego el biólogo Juan Manuel Carballeda. Para contextualizar las palabras de este investigador argentino de 31 años vale recordar, además, que en aquel entonces, 12 años atrás, había sólo 2000 becarios de doctorado y posdoctorado, no existía el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y aún no había comenzado la inversión en infraestructura edilicia y equipamiento de $ 557.713.291,37 que se destinó para este campo durante el período 2004-2014.
Contar cómo se hace ciencia hoy en Argentina a estos jóvenes les dibuja una sonrisa en la cara y, sin embargo, durante la charla todos se cuidan de respetar la veda electoral. Una de esas cuestiones tiene que ver, justamente, con la posibilidad de poder investigar y desarrollarse en el país que los formó y al que sueñan con devolverle esa entrega. «Creo que es un paso lógico y necesario que aquellos científicos que se formaron en nuestro país no tengan que irse al exterior para terminar su formación o insertarse laboralmente. Muchas tesis sobre Argentina se defendieron en otros países y tranquilamente podrían haberse presentado acá; hoy, por suerte, muchos de esos científicos volvieron», explica Pablo Fasce, historiador del arte y becario doctoral desde 2013. La foto de la nota se realiza en el Polo Científico Tecnológico, el nuevo hogar del CONICET desde principios de este mes, y es justamente verse reconocidos con un espacio propio lo que también celebra este apasionado de las relaciones entre el arte y la política. «Este lugar representa la jerarquización de esta institución y la consolidación de un trabajo de más de una década. Es simbólico pero va más allá de eso, porque siempre fue relevante la falta de espacios en este campo y, en ese sentido, contar hoy con uno propio es importante», asegura.
Julia Strada, politóloga rosarina de 26 años, trae a la charla una frase que dice que la cabeza piensa donde los pies pisan. «Uno desarrolla sus principales problemáticas de investigación según las necesidades del territorio: más allá de los gustos y las preferencias personales, nosotros ponemos por encima lo que se necesita acá. Y para avanzar en eso hay que hacerlo junto a todos los actores sociales que conviven con nosotros aquí y ahora», afirma esta especialista en mercado de trabajo e industria.
Por su parte, el doctor en computación Sergio Romano aporta una pregunta: ¿por qué defendemos la ciencia? «A veces parece que uno defiende sus propios intereses pero la realidad es que muchos de nosotros tenemos pleno empleo y la capacidad de insertarnos en empresas argentinas o de otros países. Lo que pasa es queremos trabajar acá porque nos interesa ayudar a resolver los problemas del país y a consolidar su soberanía. Nadie quiere estar afuera sabiendo que su país se derrumba ni trabajar acá viendo cómo se cierran las fábricas y los pibes se mueren de hambre», se responde este becario que vivió la mayor parte de sus 28 años en La Matanza.
«Me parece muy importante que el sistema científico sea soberano –destaca Laura Romano, licenciada en Letras nacida en Lomas de Zamora-. La realidad es que las necesidades propias de los argentinos no las va a resolver un científico alemán o estadounidense sino los investigadores que trabajan y producen conocimiento en Argentina. Además, creo que en estos años no sólo se produjo conocimiento y tecnología sino que también se invirtió mucho en la comunicación del conocimiento científico: es fundamentar elaborar representaciones de la ciencia que ayuden a entender que no se trata de un saber que se construye disociado de la sociedad sino que es un conocimiento que pretende tener un impacto en lo social para que las personas mejoren su condición de vida». Y mientras que ella resalta eso, Nicolás Echebarrena –becario doctoral desde el año pasado- explica con un ejemplo el valor de apostar pensando en el futuro: «Estados Unidos alcanzó recién en 2014 el autoabastecimiento energético, cuando puso a trabajar pozos petrolíferos que hace 20 años era imposible desarrollar porque, aunque el petróleo estuviera allí, no existía la tecnología necesaria para extraerlo. Hoy, esa tecnología les pertenece a ellos y, por eso, es importante invertir aún cuando, por el resultado a largo plazo, en el momento parezca una pérdida». Para este físico de 30 años, la importancia de la ciencia para un país también tiene que ver con la industrialización, ya que «todos los países desarrollados que ofrecen una calidad de vida pareja para sus habitantes son industrializados y, para alcanzar ese objetivo, es fundamental el conocimiento».
Aunque no representen proporcionalmente el pensamiento de la comunidad científica argentina, lo que sí dejan en claro las palabras de estos seis becarios del CONICET es que motivos sobran para seguir pensando en el futuro y apostando en ciencia y tecnología. Para cerrar la charla, el doctor en computación Sergio Romano aporta una razón algo más intangible: «Lleva mucho tiempo reconstruir un sistema científico. Cuando se lo abandona, no sólo se destruye la capacidad de inversión sino las discusiones profundas sobre el papel de la ciencia en el desarrollo de un país. Y eso, creo, es todavía más difícil de reconstruir”.
Crecimiento
Como corolario de una política de Estado de apoyo a la ciencia y la tecnología, este año el CONICET mudó su propia sede al Polo Científico Tecnológico.
Además, en 12 años el organismo pasó de tener 100 Institutos a 250, organizados en 14 Centros Científicos Tecnológicos, 10 Centros de Investigaciones y Transferencia, y 2 Centros de Investigación Multidisciplinarios.
«Devolverle al país lo que me dio»
Para conocer la historia que vincula a Sergio Romano –hoy doctor en computación- con la investigación y la ciencia hay que remontarse al 2001 y a una escena en su escuela secundaria que le quedó grabada en la memoria. Uno de sus profesores, en plena crisis, les dijo: «Afuera se está inundando todo, así que hagamos como si este fuera el Titanic e intentemos que el agua no entre al aula: acá, tratemos de mantener el compromiso y la excelencia.»
Aunque esa escena lo marcó, la realidad es que no lo supo hasta que terminó su carrera universitaria. Durante su infancia en La Matanza jamás se imaginó como investigador o científico y, de hecho, cuando dejó la UBA tampoco lo pensó como una posibilidad para su futuro laboral. «Siempre tuve trabajo desde que me recibí pero cuando estos años vi cómo el país apostaba a la ciencia, me dieron ganas de ser parte de eso… Cuando sos joven es una mierda que tu futuro sea el que veíamos en el 2001 pero la verdad es que, cuando terminé la carrera, la realidad era completamente distinta. Por eso me decidí a hacer ciencia, porque quería devolverle al país eso que me había dado», recuerda sobre aquel momento de su vida.
El presente de Sergio como becario lo encuentra, justamente, en ese camino. El territorio que eligió para desarrollar su beca tiene que ver con las neurociencias: se trata del aprendizaje automático, que busca generar conocimientos vinculados tanto a la inteligencia artificial como a nuevas técnicas de aprendizaje infantil.
Biólogo desde que era chiquitito
Aunque las historias de los becarios argentinos sean bien diversas, una de las cuestiones comunes a los seis que charlaron con Tiempo es la realidad palpable de su día a día: todos, a diferencia de otros años, pueden vivir de su trabajo como investigadores. Entre ellos, cada biografía destaca su pasión por la ciencia y los nuevos descubrimientos pero, en ese sentido, una de las más concretas es la que cuenta Juan Manuel Carballeda, biólogo de 31 años.
La curiosidad desde que era un niño –recuerda este becario doctoral desde 2010– fue la razón que lo llevó a inmiscuirse en el campo científico y a definirse por el universo de la biología. «Era de esos chicos que se la pasan haciendo preguntas y siempre desarman todos los aparatos para entender cómo funcionan, aunque después no sepan cómo volver a armarlos», cuenta, entre risas, el investigador del Instituto Leloir.
Ese desparpajo infantil creció pero, de algún modo, mantuvo su esencia y le permite a Juan Manuel indagar en el virus del dengue, el tema de su investigación posdoctoral. «Tratamos de descubrir los mecanismos que utiliza el virus para replicarse tanto en células humanas como de mosquitos, ya que siendo hospedadores tan diferentes debe adaptarse a ambas. La verdad es que en mi carrera como biólogo siempre tuve un interés particular en los virus porque es uno de los organismos que nos obliga a desarrollar nuestra máxima creatividad para explicar sus mecanismos, ya que, con herramientas simples, hacen cosas muy complejas.»
Fuente: Infonews