Hace poco que cumplió su primer año en la gestión Cambiemos, aunque aclara que «no tuve tiempo de balances». Fueron meses intensos en el ministerio de Ciencia y Tecnología, «complicados» como los define el titular de la cartera, Lino Barañao, en diálogo con ámbito.com.
Ante la polémica en torno al recorte del Presupuesto para el área y las protestas por la merma de cupos para ingresar al Conicet, lo que tiene en claro el ministro es que «es una tarea más ingrata que en los dos periodos anteriores».
Una entrevista en la que ofreció su visión sobre el rol de los científicos en nuestro país, señaló la escasa apuesta de los empresarios locales por la tecnología, explicó por qué una parte de los científicos lo considera un «traidor» y delineó su futuro en el gabinete de Macri.
Periodista: ¿Qué pasó con el recorte del Presupuesto?
Lino Barañao: La situación tuvo mucho que ver con un tema informativo, porque muchas veces el presupuesto original y el que se ejecuta no guardan relación. Se amplificó porque había una expectativa negativa, y una cierta necesidad de profecía autocumplida. Es un tema que se irá resolviendo durante el año. En 2016 finalmente tuvimos casi $3.000 millones más que en 2015, porque existe una voluntad del Ejecutivo de reasignar partidas.
P: ¿Cómo se explica el conflicto en el Conicet?
LB: Tuvimos que adecuar los ingresos a la curva de crecimiento que esperamos para el organismo. Hace 10 años está calculado que para llegar a un Estado previsible tienen que entrar los mismos investigadores que se jubilan. Para llegar a la cifra máxima de 14.000, el número adecuado son 450 por año, que en una década empalmarán con la primera ola de jubilaciones de Conicet: entonces entrarán 400 y se jubilarán 400. Si siguiéramos con un ritmo de 1.000 ingresos por año, en tres años cubriríamos el total. Y entonces qué hacemos, ¿esperamos seis años con el Conicet cerrado? Es inadmisible. Es una cuestión de lógica.
P: ¿El tema se politizó?
LB: El tema está en que hay un porcentaje significativo de la comunidad científica que adhirió a las políticas del gobierno anterior. Es un sector más progresista en su visión política, que notó que por primera vez había un apoyo a la ciencia. Entonces es lógico que adhiera. Con el cambio de gobierno, todos, incluso yo, pensábamos que no iba a haber ninguna inversión en ciencia y tecnología. Pero cuando se me ofreció la posibilidad de seguir, me aseguraron que iba a contar con los recursos. Parte de la comunidad no acepta eso y no quiere que eso suceda, no quiere que haya un apoyo a la ciencia porque se jugó a otra visión.
P: ¿Pero hubo problemas con los fondos?
LB: Hubo un tema, porque el Presupuesto del Congreso no alcanzó. Pero, de todos modos, si tuviéramos más fondos no serían utilizados para que ingrese mucha más gente al Conicet, sino para que los subsidios tengan montos superiores y para seguir construyendo infraestructura. Cada ingresante requiere un lugar y nosotros hicimos un esfuerzo muy importante en construir 190 mil metros cuadrados, pero todavía hay un déficit. Tenemos que darles espacio y financiamiento.
P: ¿A nivel científico se necesita un cambio cultural?
LB: Sí, pero que requiere tiempo, porque hay miles de doctorados que nos salieron mucha plata, muy capaces, pero que lo único que quieren es el empleo fijo del Conicet. Para eso no los estamos formando. Les decís de trabajar en una empresa y te dicen: «No, a una empresa no». Que el Conicet sea un ámbito de innovación productiva no se me ocurrió a mí, está en su núcleo fundacional. Pero hay gente que piensa de otra forma, con una visión muy ideologizada y poco coordinada con la realidad. Si incrementamos el número de investigadores es para que cumplan un nuevo rol, no para que hagan solo lo que ya hacían. ¿Para qué financiar investigadores? ¿Para aportar al conocimiento universal? La ciencia cultural no es la función de la ciencia en un país en desarrollo.
P: ¿Cuál sería la solución?
LB: Necesitamos incorporar investigadores en otros organismos, porque Conicet es el que los forma, pero no el único que los puede absorber. Pero hay resistencia porque el Conicet tiene cierto sello de calidad que los investigadores desean. En como que hay cuatro o cinco equipos de fútbol, pero solo Boca tiene una escuela: entonces como todos entrenan con la camiseta de Boca, su aspiración es entrar a Boca, y no en Vélez o Arsenal. Pero hay que desactivar el concepto de que todos los investigadores están en el Conicet. Hay unos 70 mil en distintos organismos de la Argentina. Los de Conicet son una parte minoritaria.
P: ¿El investigador no puede elegir dónde trabajar?
LB: Hay un tema de fondo: se hizo una inversión muy grande en los recursos humanos. Cada doctorado, con los años de beca, sueldos y demás, ha costado más o menos un millón y medio de pesos. Invertimos en recursos humanos altamente calificados, entonces más allá del reclamo que pueda tener esa persona, yo tengo la obligación de hacer un uso efectivo de ese recurso. De otra forma, alguien legítimamente puede decir: ¿Para què formar a esta gente si no la podemos utilizar? El utilizarlo implica ponerlo en el lugar en el que sea más útil. Si la prioridad es desarrollar una variedad de alfalfa resistente a las sequías, tiene que trabajar en eso porque eso es lo que se está necesitando. No puede decir que quiere hacer su tesis en otro tema. Es un compromiso social.
P: ¿A qué se refiere con compromiso social?
LB: Todo graduado universitario tiene una deuda que es ética. En Chile es una deuda financiera. En EEUU, la gente le debe más plata a los bancos por su educación que por las tarjetas de crédito. Es una deuda contante y sonante, exigible. Acá no, pero quien termina una carrera universitaria es como si tuviera en el banco entre 150 mil y 200 mil dólares, que es lo que sale una carrera de ciencias o ingeniería en otro país. Educación de alta calidad. Entonces si recibió eso tiene que dar algo a cambio. De otra manera, la universidad pública aumenta la inequidad social, porque va el 5% más rico que se asegura seguir perteneciendo a esa franja privilegiada, ya que ahora tiene una ventaja competitiva que es un título universitario. ¿Por qué un tipo que está en la calle le va a pagar la carrera a otro para que siga siendo más rico? En los ’80, la solución que se proponía era el arancel. Pero esa no es la solución. La solución es que asuma la deuda y contribuya a generar trabajo de calidad.
P: ¿Qué entiende por trabajo de calidad?
LB: Es una demanda acuciante a futuro, porque van a desaparecer la mitad de las tareas que conocemos. Los puestos de trabajo de los ensambladores desaparecerán, porque habrá robots que ensamblen. El operario que solo junta dos cables y los suelda, desaparecerá. Y en cierta forma está bien que desaparezca, porque no es digno, como no lo era cosechar algodón a mano. Pero hay que pensar qué va a hacer esa persona. Es una situación muy preocupante a nivel global. Algunos países, como Suiza, se plantean que quizás lo mejor sea pagarle un sueldo a todo el mundo y que nadie trabaje. ¿Nosotros de qué vamos a vivir? Tenemos una elite intelectual a la que les dimos facilidades para formarse y tiene que encarar ese problema. El investigador no satisface su responsabilidad con solo publicar un trabajo, tiene que ver como se preocupa en generar un trabajo para el otro.
P: ¿Es viable en nuestro país?
LB: Sí, pero debemos abrir la matriz productiva a mayor número de empresas de base tecnológica. La gente no va a vivir del campo, sino de los productos sofisticados y novedosos. El empleo en el campo bajó y la automatización es tremenda. Tenemos que enfocarnos en la agricultura de precisión para hacer ultra eficiente el uso de agroquímicos, el riego. Todo eso es tecnología, de eso sí vamos a seguir viviendo.
P: ¿Está a favor de una mayor participación privada?
LB: Uno dice «privado» y parece que alguien te va a esquilmar, existe todavía ese concepto de que lo privado es malo y el científico puro es bueno, pero no hay razones para pensar que son moralmente distintos. No tiene sentido que todo el trabajo científico lo haga el Estado, no es así en los países donde la ciencia es una inversión. Allí, por cada dólar que puso el Estado hay 10 dólares de actividad económica afuera y cientos de puestos de trabajo. Existe un núcleo que genera conocimiento y luego una cadena hasta que aparece en el mercado, por ejemplo, un teléfono inteligente. En EEUU, todo el desarrollo tecnológico para hacer un smartphone lo bancó inicialmente el Estado, pero el Estado no fabrica. Acá esa cadena se va creando, si bien todavía hay pocas empresas de base tecnológica capaces de emplear gente. Tenemos que diversificar la matriz productiva para tener más empresas de esas.
P: ¿Los empresarios argentinos están interesados?
LB: Necesitamos empresarios con otra cabeza, que sepan el valor de la tecnología, que sepan dónde ir a buscar la información, no empresarios que porque dejaron de ser competitivos se dedican a importar y despiden a los trabajadores. Los empresarios argentinos que invierten en tecnología se cuentan con los dedos de una mano. Aunque es cierto que necesitan apoyo, porque los empresarios viven de la rentabilidad. No se les puede pedir que pierdan plata, o que arriesguen y si les va mal les recaigan todas las consecuencias negativas. Todos los países que tienen un empresariado competitivo tienen mecanismos de apoyo: EEUU invierte mucha plata como subsidio directo a las empresas. Lógicamente, hay también otras cosas para hacer: ¿Cómo le explicas a un inversor canadiense el impuesto al cheque? La carga impositiva es complicada. Para llegar al 1,5% de inversión del PBI en ciencia y tecnología necesitamos que crezca el sector privado y para eso tenemos que revisar toda la legislación. La ley de software, por ejemplo, fue muy útil al reducir la carga impositiva de acuerdo a la nómina laboral dedicada a investigación, lo que hizo que casi todas las empresas de software tuviera un departamento destinado a esa área.
P: ¿Cuál es su papel como ministro?
LB: Lo que hecho durante estos ocho años; ir a hablar cuando las papas quemaban con el ministro de Hacienda o quien sea, y decirle: «Necesito tanta plata». Generalmente la he conseguido. Porque durante el gobierno de Cristina también hubo problemas, años en los que no pagamos subsidios porque no teníamos fondos, otras épocas en los que los sueldos fueron realmente bajos, pero la gente se manifestaba acá en la oficina. Ahora hacen la protesta afuera. No puedo dejar de entender que es un reclamo lícito y no puedo estar en contra de un pedido de mayor Presupuesto, de hecho yo he sido más tiempo gremialista del Conicet que funcionario. Pero aquí hay una visión política detrás del reclamo puramente gremial.
P: ¿Arsat 3 está suspendido definitivamente?
LB: Están quejándose porque se suspendió Arsat3, pero vamos a hacer uno más moderno. Sucede que la comercializan de Arsat 2 venía lenta, recién ahora se está vendiendo el 52%. Y para hacer el 3 tenía que estar comercializada por lo menos la mitad. Es sencillo: si me dedico a vender pasajes de colectivos, y tengo vendido la mitad del segundo colectivo, ¿para qué voy a fabricar un tercero? Además, la arquitectura de esos satélites ya es obsoleta, es de hace 15 años atrás, cuando empezó el proyecto. Ahora son más chicos, con motores eléctricos que no transportan combustible como tal. Más potencia, distintas antenas, todo es distinto. Pusimos u$s 5 millones en esta fase de desarrollo, no es que detuvimos todo. En paralelo se está desarrollando el vector para lanzar satélites pequeños desde acá.
• «Hay una corriente de opinión que dice que soy un traidor»
Barañao es consciente de que enfrenta resistencias internas de una parte de la comunidad científica, aunque asegura que «jamás» pensará en renunciar por las protestas. Sobre el año que comienza y las condiciones para su continuidad se refiere en esta parte final de la entrevista.
P: ¿Espera un año más tranquilo?
LB: Siempre pienso: «Pasó el momento más álgido y este año será más tranquilo», pero siempre me decepciono. Vamos a tener que seguir negociando con las entidades para ubicar a los becarios que tenemos que ubicar, pero con el criterio de que el Estado decide qué es más importante. Mientras tanto habrá una tensión y seguirá habiendo actividad contestataria.
P: ¿Está condicionada su continuidad?
LB: No estoy para una carrera política, no quiero ser diputado ni gobernador, entonces no me banco cualquier cosa por mantenerme. Puedo tener una vida afuera, de hecho estoy perdiendo plata, cada vez que veo la declaraciones de Ganancias a fin de año pienso: «He vivido equivocado» (risas). No estoy condicionado, lo que me da una capacidad de negociación distinta. El requisito para mi continuidad es poder hacer las cosas imprescindibles: cumplir los compromisos legales, pagarles los contratos a las universidades y a las empresas. Por más que mi tercer nombre es Salvador, vocación de mártir no tengo.
P: ¿Percibe resistencia hacia su figura?
LB: Hay una corriente de opinión que dice que soy un traidor y colaboracionista de un ejército de ocupación que ha copado el país. En realidad, les molesta que este acá porque para ellos debería cumplirse eso de que la ciencia se va a destruir, y yo vendría a ser un obstáculo para que eso ocurra. Es un poco ridículo, pero no quisieran reemplazarme por un funcionario que les vaya a dar toda la plata, sino por uno peor, para que esa destrucción efectivamente ocurra. Piden mi renuncia con ese objetivo, por lo que no tiene visos de seriedad. Jamás voy a pensar en renunciar por ese motivo.
P: ¿Le molesta?
LB: Mi tarea es más ingrata que en los dos períodos anteriores. Porque antes era fácil tener la alabanza unánime y ahora no es así, pero tengo la conciencia tranquila de que en este contexto estoy haciendo lo que es posible.
Fuente: ambito.com