VENEZUELA Y EL FIN DEL MERCOSUR
Los gobiernos de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay han decidido separar a Venezuela del Mercosur por incumplimientos en la agenda económica; esto ha sido ilustrado por el reciente episodio de golpiza a la Canciller venezolana en Buenos Aires. Está claro que los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay no simpatizan con Nicolás Maduro. Pero este episodio no es solo un ataque al gobierno de Venezuela. Es mucho más que eso: es un paso más hacia el fin del Mercosur como bloque de países.
El acto inicial de esta tragedia o farsa (hay más de una calificación posible) fue la decisión de impedir la asunción de Venezuela en la presidencia pro-témpore, este mismo año. Una decisión visiblemente irregular, que tuvo como propósito manifiesto hostilizar al gobierno de Nicolás Maduro. Se lo cuestionó por la convulsión política interna, algo evidente, pero que no puede alegarse como un impedimento institucional. Una postura propiciada nada menos que por Brasil, que acababa de destituir a su Presidenta en un payasesco proceso, votado por diputados que invocaron a sus parientes, a militares torturadores o a la alegada corrupción de Lula (cuando ni Lula ni la corrupción estaban en juicio). Lo razonable en estos casos es abstenerse de tomar partido en un conflicto interno de uno de los países miembro; en términos del Martín Fierro, desensillar hasta que aclare.
Pero el motivo manifiesto de hostigar al gobierno de Maduro no es la causa de fondo de estos movimientos, ni el eventual incumplimiento de las reglas comerciales por parte de Venezuela es algo que desvele a nadie en particular.
El provecho económico de un mercado común se produce cuando se trata de países con aparatos productivos complejos y diversificados, que pueden lograr mercados más amplios y profundizar especializaciones. No se requiere un Mercosur para vender bienes primarios al mundo, un plato principal en el menú exportador de todos los países del Mercosur. Si algo no precisa Venezuela para exportar petróleo es del acceso a un mercado común regional. No es ésa la razón por la que Venezuela optó por integra el Mercosur; el grueso de sus exportaciones entra libremente a Estados Unidos.
De hecho, pareciera haber una paradoja: el Mercosur se ha constituido y fortalecido institucionalmente en las últimas dos décadas, al tiempo que sus países viraban a una primarización y desespecialización, que no fue revertida incluso en la última década de gobiernos más o menos opuestos al modelo globalizador (la excepción es la industria automotriz, donde sí existió un proceso de especialización).
Pero no hay tal paradoja, porque en muchos casos los bloques económicos surgen de decisiones de actores políticos, que deciden en base a sus proyectos e intereses, y no para atender intereses empresarios. Ése fue de hecho el origen del Mercosur: sus movimientos iniciales respondieron a que se lo pensó como una suerte de seguro contra los golpes de Estado. De allí la cláusula de que los acuerdos comerciales caerían en caso de darse una salida de las normas institucionales democráticas por parte de un país. Era una forma de desalentar el apoyo empresario que se había visto en el pasado a golpes de Estado.
Tiempo después, el interés de Brasil por el Mercosur pasó –en las gestiones tanto de Fernando H. Cardoso como del Partido de los Trabajadores– por apuntalar el perfilamiento de Brasil como potencia emergente. Esto enfrentó crecientes protestas de organizaciones empresarias de ese país, que abogaban por aperturas unilaterales al mundo. Argentina fue mayormente a la zaga de estas posiciones porque carecía de cualquier proyecto robusto en términos internacionales.
Pero Brasil –de la inestable mano de Michel Temer y José Serra– ha decidido ahora hacer la política que satisface al establishment económico: apertura indiscriminada y alineamiento incondicional con las potencias de “Occidente”. Ya no hay más lugar para posicionamientos de alguna autonomía; la abdicación de la política ante el poder económico es total, como lo es en Argentina.
En este escenario, el Mercosur se torna un estorbo. Lo de Venezuela no es más que un incidente, o si se quiere la oportunidad de lograr dos objetivos con una sola medida: apoyar a la oposición venezolana y erosionar al Mercosur. Por si hiciera falta, el presidente Macri ha explicitado su propósito de abrir relaciones comerciales con el Tratado del Pacífico.
Estos episodios muestran que el Mercosur marcha hacia su extinción si no hay alguna inflexión política a futuro. Es posible que esto no sea formalizado. Solo en circunstancias excepcionales podría decidirse con todas las letras que el Mercosur deja de existir; es más decoroso tornarlo una instancia irrelevante como otras instituciones regionales o internacionales.
No debe descartarse que esto ocurra explícitamente: las elites subordinadas son propensas a los gestos grandilocuentes cuando ya no quedan proyectos; esto lo hemos visto tanto en Argentina como en Brasil en los últimos tiempos. Quién sabe, así como alguna vez Asunción del Paraguay dio a luz el tratado que originó el Mercosur, Brasilia o Buenos Aires podrán ser el escenario del des-tratado correspondiente.
Fuente: pagina12.com.ar