Por: Tomás Casella
A esta altura, ya es una obviedad decir que vivimos en un mundo desigual, lo que se evidencia en diversos ámbitos. Por suerte, también transitamos un contexto social donde esas injusticias empiezan a ser propiamente visibilizadas. Las agrupaciones feministas, que tienen como una de sus banderas la eliminación de las desigualdades de género, han logrado una visibilidad inédita en los últimos años. Esto sacudió la agenda pública y hoy debatimos cuestiones que hubieran parecido imposibles de tratar hace no tantos años.
Pero esta lucha fue llevada adelante casi exclusivamente por mujeres y disidencias. Los hombres a día de hoy seguimos sintiéndonos ajenos a las políticas de género. Escuchamos esa palabra y damos por sentado que no están hablando de nosotros. Los hombres no hemos participado de esa reivindicación.
Si el sistema en el que vivimos es machista, y eso impacta de alguna manera en todos los ámbitos de la sociedad, ¿Podemos los hombres seguir siendo ajenos? ¿Cómo nos ubicamos nosotros, las masculinidades, en este contexto? ¿De qué manera en nuestro accionar cotidiano reproducimos esas desigualdades? ¿Qué podemos hacer al respecto?
¿Desde dónde partimos?
Para empezar a analizar estas cuestiones es importante entender cuál es la situación que viven las masculinidades, dejando en claro que también son atravesadas por las temáticas de género y por el patriarcado. Silvia Zabala es la coordinadora territorial del Ministerio de Mujeres, Género y diversidad bonaerense en nuestra región. Ella explicó que el trabajo con las masculinidades “se inserta en lo que es el patriarcado, este sistema que ha naturalizado e invisibilizado diversas formas de violencia que afectan a las mujeres y diversidades. Trabajamos en desarmar el mandato de masculinidad hegemónica, que dice que los varones tienen que ser cisgénero, heterosexuales, blancos y de tradición judeo-cristiana. Ese es el sistema que ha estructurado un mandato a los varones de cómo ejercer esa masculinidad”.
Ariel Sánchez, director de masculinidades para la igualdad del mismo ministerio, profundizó este concepto de mandato de las masculinidades, relacionándolo con el efecto que tiene en las demás personas. Así, mencionó que “hay que pensarlo como factor de riesgo en tres niveles: a mujeres y disidencias a través de la violencia, la vulneración y la humillación; a otros hombres, ya que los mandatos de masculinidad exigen demostrar esa potencia a través de la violencia; y luego a sí mismos por el tema del cuidado, el poco registro que tienen los varones sobre su salud sexual e integral, el reconocer fragilidades”.
Construir una agenda propia
Entonces el siguiente punto que nos compete es reflexionar sobre lo que se puede hacer al respecto. Melina Muñoz es integrante del Observatorio de Género de la Universidad Nacional del Sur. En ese ámbito, no son pocos los hombres que se acercan a este espacio con inquietudes relacionadas con el género. Ella explicó que “nos ha pasado que se acerquen a nosotres pidiendo una especie de asesoramiento o espacio desde el cual participar. Lo que sentimos es que nos pedían que les digamos qué hacer, qué debatir, qué pensar”.
Agregó que “no debemos ser nosotras las que les digamos a dónde ir, para dónde caminar o desde dónde partir. Nosotras no queremos adoptar ese rol, no queremos maternar. Queremos que esas construcciones sean propias”.
Esta mirada fue compartida por Silvia Zabala, quien mencionó que “es hora de que los varones empiecen a construir esa mirada, generando espacios, propuestas, proyectos, cuestionamientos dentro de las propias masculinidades que permitan desarmar esos mandatos para plantear la construcción de otro tipo de masculinidad. Es hora de que los varones empiecen a tomar protagonismo y dejen de mirar al feminismo de costado como algo que les pasa solamente a las mujeres. Desarmar esos mandatos también les hace bien, les aporta y les permite vivir en una sociedad mejor. Hay que empezar a trabajar para generar masculinidades más libres e igualitarias. Los que tienen que sentarse y construir las propuestas son los propios varones. Que sean ellos quienes empiecen a desarmarse para armar nuevas propuestas”.
¿Cómo podemos generar entonces esa construcción propia?
Generar estos espacios es una cuestión que puede ser difícil de abordar. Como mencionamos, los hombres no han construido en este último tiempo una relación con las reivindicaciones que tienen que ver con las políticas de género, por lo que cualquier avance en este sentido recorre terrenos desconocidos. ¿Cómo empezar?
Ariel Sánchez rescató el hecho de que “cada vez aparece más la demanda de los hombres que antes no aparecían, esa inquietud de qué hacer. Por eso hay que buscar herramientas feministas para el trabajo con varones, y los propios varones deben buscar esos elementos”. Para lograr esto, plantea que “el reconocimiento es algo fundamental. Los varones a veces no perciben que tienen género, que la forma de ser y vincularse con otros está atravesada por los mandatos de género y sexualidad. Eso solo se va a dar en procesos de reflexión y acción”.
¿Qué significa esto? Sánchez mencionó que se trata de identificar las veces que uno mismo ejerció violencia, vulneró, humilló o reprodujo las desigualdades de género en su vida cotidiana. Esto se trata de “un reconocimiento individual pero también colectivo, una reflexión. Muchas de nuestras prácticas naturalizadas son formas de vulneración y violencia hacia otras personas” manifestó.
¿En qué actitudes de tu vida cotidiana sentís que reproducís las desigualdades de género a tu alrededor?
Construir antes que demostrar
Es muy habitual ver también una confusión entre estar de acuerdo e intentar reivindicar ciertas luchas con mostrarse como una persona ya libre de cualquier actitud machista o misógina. A veces se tiende a construir esa reflexión hacia afuera cuando en realidad, como mencionamos, el primer paso es hacia adentro.
Luciano Lutereau es psicoanalista y licenciado en filosofía, y ha reflexionado a través de sus libros sobre la crisis de la masculinidad. Sobre esto, explicó que “de un tiempo a esta parte surgió el varón feminista, el deconstruido y el ‘aliado’. La deconstrucción es un fenómeno aspiracional, no existe un varón deconstruido que llegó y se limpió, purificado en su condición. Eso es un artificio que no muestra una realidad”.
¿Cómo se encara entonces ese proceso de repensarse y reflexionar sobre las prácticas propias? Lutereau respondió que “la deconstrucción es valiosa siempre y cuando pone de manifiesto límites. El varón deconstruido conoce los límites con los que se encuentra sexo-afectivamente: no uno que dice que ya no es más celoso, sino uno que analiza sus celos y conoce las coordenadas de su deseo posesivo. El hombre deconstruido no es el que se dice no más machista sino el que encontró la clave personal de su propio machismo. La gente cree que se trata de repetir consignas y no con la reflexión personal”.
Sánchez abre otro frente cuando agrega que “es menos demostrarse en público siendo ‘aliados’ y más siendo parte del proceso de accionar luego de la reflexión. Se tiende a querer aparecer en lo público mostrando que uno está a favor de las demandas y el movimiento feminista y menos al trabajo con otros varones. Hay que discutir, poner en cuestión en esos espacios donde se reproducen los mandatos de la masculinidad hegemónica, que son los grupos de hombres.”
Interpelar hacia adentro
Esto último es una cuestión recurrente que aparece cuando se piensa en el rol que los varones pueden tomar al reconocer actitudes misóginas en los espacios donde se desenvuelven. Lutereau mencionó que “sin dudas el desarrollo de una crítica de la masculinidad tiene en su centro la ruptura de la complicidad”.
¿Qué entendemos por esto? Melina Muñoz marcó que “uno de los grandes espacios donde hay un montón de fraternidad son los grupos de amigos. Es un lugar en el que a nadie le gusta ser paria, nadie quiere ser un ‘outcast’ y que los amigos se le pongan en contra. Pero el grupo de amigos tiene que ser un espacio fructífero para el debate en vez de un lugar donde se perpetren los comentarios machistas”.
Sánchez remarcó la importancia de “no callarse la boca ante la reproducción de ciertas situaciones, algo que suele suceder por miedo al rechazo de ese grupo. Por eso hay que llevar la discusión ahí. Es importante mostrar otras formas de habitar esas masculinidades. Cortar con esa naturalización de los mandatos es lo primero, porque el silencio las legitima. Hablar es algo importante que no suele suceder en los grupos de varones”.
Mucho por hacer
Es interesante pensar que la masculinidad no es una construcción homogénea, que no se construye en base a lo que aprendimos sobre ella, sino más bien a la forma en la que queremos habitarla en el futuro.
Lejos de encontrar respuestas, lo único que queda claro es que repensar el sistema necesita también de hombres que reflexionen sobre su propia posición en él. Las cuestiones de género no son (o no deberían ser) algo que miremos desde afuera, sino algo que también nos interpela en lo cotidiano. No podemos ser indiferentes a la idea de participar en una sociedad más justa, y debemos crear los espacios para empezar a transitar ese cambio.