Liliana Morena estuvo 32 años casada con un violento, quien la agredía verbal, física, económica y sexualmente. En 2011 se animó a romper el silencio y contactar a un abogado, pero tardó más de un año en que la justicia le dé una respuesta. Él todavía está en libertad.
La violencia física comenzó al tiempo en que Liliana Morena, de 52 años, le dijo a Cesar Orlando Piter que quería separarse. Llevaban 32 años casados, se habían juntado cuando ella tenía tan sólo 17 años y para abril de 2010 ya no sentía amor por él. Era controlador, celoso, no la dejaba vestirse como quería y siempre la había desalentado a trabajar. Pero después de su pedido de divorcio, todo se incrementó. Las descalificaciones verbales se convirtieron en amenazas. El control terminó en empujones y tirones de pelo. Él estaba convencido de que lo del divorcio era un capricho y que el matrimonio es para toda la vida. Incluso abusó sexualmente de ella porque “mientras viviera bajo su techo debía que cumplir con las obligaciones de mujer”, aunque fuera bajo amenaza de muerte.
“Estaba muy desorientada, convencida de que quería divorciarme pero no me imaginaba que eso podía abrir la puerta a tanta violencia”, cuenta Liliana a más de tres años de haber logrado separarse. Su lucha para escapar fue larga y difícil. Estaba atemorizada. Todos los hechos de violencia se daban puertas adentro cuando no existía ningún testigo ni protección. No contaba siquiera con marcas de esas noches de abuso y no sabía cómo denunciarlo.
Para fines de 2010, conoció a una psicopedagoga en un curso de computación al que iba acompañada de su marido. La mujer le brindó confianza y fue con la primera que se animó a hablar. “A mí me daba mucha vergüenza, pero ella me hizo ver que estaba en peligro real y me contactó con un psicólogo para empezar una terapia”, recuerda Liliana. Las secesiones la ayudaron a reactivar su confianza. Sin embargo, cada jueves era su propio marido quien la llevaba y traía al consultorio. Cada vez que volvían, le reclamaba que era tirar dinero a la basura y hasta llegó a irrumpir una de la charla para dar “su versión de los hechos”. Meses después, Liliana entendió que no iba a poder salir viva de esa relación por sus propios medios y contactó, en secreto, a un abogado.
PREPARASE PARA DENUNCIAR
El viernes 6 de mayo de 2011, Liliana Morena pactó una cita con el abogado Claudio Katiz en un bar en Caballito. Según recuerda el letrado, aquella tarde ella estaba muy asustada porque creía su marido podía haberla seguido. En esos primeros encuentros, debió trabajar un vínculo más de amistad que profesional: “ella tenía que tener confianza de que otra vida era posible porque su caso era difícil, entre cuatro pared es, ni los hijos sabían”, señala Katiz.
Por recomendación de su abogado, Liliana comenzó a tomar nota de su marido le hacía:
° Quiere saber dónde voy y con quién
° Golpea permanentemente las cosas
° Se lleva la CPU de la computadora para no pueda usarla
° Me agarró del cuello en la puerta del supermercado VEA
° No me deja reunirme con mis compañeras del secundario
° Dice que me va a matar sino tengo sexo con él
° Agujereó una tapa de mermelada con un cuchillo y me dijo que si sigo pensando en separarme voy a quedar así
° Me escribe cartas pidiendo perdón y diciendo que me ama”
La estrategia que siguieron fue por lo menos audaz: ella debía esperar hasta el día en volviera a golpearla y entonces podrían denunciarlo. Liliana agendó el número de su abogado bajo el nombre “Claudia” y pactaron que si pasaba algo grave ella debía mandar un mensaje de texto en blanco.
Fue el 30 de octubre de 2010, cinco meses después de haberse entrevistado por primera vez, que Katiz recibió el mensaje sin contenido y llamó a la comisaría de Tapiales. Dijo que su defendida estaba siendo agredida por su marido y que sino se apuraban la iba a matar.
CUANDO LA JUSTICIA NO DA RESPUESTA
La denuncia quedó radicada en la comisaria cuarta de Tapiales por “amenazas de muerte coactivas agravas por el vínculo y violación sexual agravada”. Salió sorteado la UFIJ N°6 de La Matanza, a cargo de la doctora Mariana Teresa Sogio.
A pesar de la insistencia por la separación, Liliana no lograba romper el vínculo y continúa conviviendo con su agresor. Cada mañana él salía con el camión que usaba de flete y Liliana fantaseaba con suicidarse. Cada medio día, volvía y esperaba esté el almuerzo listo para luego seguir trabajando.
Fue en una de esas comidas, que la fiscal Sogio llamó a su casa para reclamar que su abogado vivía presentando escritos para pedir medidas que no se iban a ordenar. Según recuerda Liliana, Sogio le dijo bien claro que no había pruebas y su marido nunca iba a ir preso, que si continuaba viviendo con él iba a terminar muerta y después la culpa se la echarían a la justica. Con su marido mirando desde la mesa, Liliana sólo atinó a decir que la llame por la mañana, que podrían hablar tranquilas y cortó. No supo nada más de la fiscal hasta que ésta ordenó archivar la causa “por falta de méritos” sin siquiera haberlo llamado a declarar.
Katiz apeló la medida. Entre sus argumentos sostuvo: “acaso espera la señora agente fiscal que aparezca en la mesa de entradas de la fiscalía el abogado defensor trayendo en una bandeja la cabeza de la víctima degollada para que por fin tenga una prueba de la existencia del delito y entonces recién decir: Uy aquí puede haber un delito, dispongamos una investigación?”.
El juez de garantías Juan José Dore ordenó la expulsión del hogar del agresor, la prohibición de aproximarse a menos de 500 metros de la víctima y un nuevo sorteo de fiscalía para continuar la causa.
EL DÍA DE LA LIBERTAD
Fue el sábado 14 de abril de 2012 el día en que Liliana Morena logró su libertad. Aquel mediodía había preparado el almuerzo para su marido: un churrasco a punto con una ensalada mixta. Él trajo dos botellas de ¾ de vino tinto. Ella ya había ensayado en su mente cómo sería el operativo.
Debía entretenerlo hasta que llegara la caravana de patrulleros. Alrededor de las 13 horas, sonó el timbre. Abrió Piter y frente a él estaba el grupo de uniformados, una asistente social y el abogado Claudio Katiz. Leyeron la resolución, tenía media hora para tomar sus pertenencias básicas y dejar para siempre el hogar. En el cuarto, incautaron dos armas de fuego. Liliana cruzó el pasillo mientras él armaba un bolso. Llegó a decirle: “qué lindo lo que hiciste, Liliana, muy bien”.
Al otro día, ella sufrió un ataque de pánico. “Sentía mucho miedo y culpa, creo que si ese día él hubiera vuelto a pedir volver a la casa yo lo dejaba entrar y es que la violencia de género es como una enfermedad”, dice Liliana. Desde entonces vive actualizando el pedido de expulsión del hogar.
Él no volvió a molestarla, pero está en libertad y vive en el barrio. A veces escucha un ruido de motor que se asemeja al del camión y empieza a temblar. “Creo que mientras él viva cerca nunca voy a estar tranquila”, cuenta, “sucede que la única que lo vio fuera de si fui yo y no sé qué podría llegar hacerme”.
Hoy ella trabaja en una panadería y se sostiene en su “red de contención”:
– Una vez que me di cuenta que la única manera de estar mejor era hablar empecé a abrirme. Son mis amistades las que me sostienen y a cualquier mujer que esté viviendo una situación similar le digo hay que hablar. Sola una no puede escapar. Es una enfermedad.
Fuente: Infonews