A horas de cumplir 43 años, el ídolo que trascendió camisetas cuenta cómo es jugar al fútbol siendo de otra generación. El crack que detesta la Playstation y el celular, viene desde 1992 a dar testimonio de otra época y sigue más vigente que nunca.
En la última semana de mayo de 1992, Argentina se sacudía por las constantes noticias sobre la relación entre el gobierno nacional y Monzer Al Kassar, el afamado traficante de armas que era acusado de financiar al terrorismo internacional. Por esos días, el país se entregaba al peso, que había sucedido al austral, bajo la tutela de un poderoso ministro de economía: Domingo Cavallo. Eran meses turbulentos, tras el atentado a la Embajada de Israel. Además, moría en Francia el interminable Atahualpa Yupanqui. Tato Bores denunciaba censura por parte de la jueza Barú Burú Budía. Un periodista deportivo ascendente llamado Marcelo Tinelli lideraba un incipiente programa de nombre VideoMatch, que pasaba videos de bloopers en la medianoche de Telefé. En la última semana de mayo de 1992, mientras todo eso pasaba, Christian Gómez debutaba oficialmente como futbolista, con la camiseta de Nueva Chicago y frente a Central Córdoba, en Rosario.
Un cuarto de siglo después de su primer partido, Christian Gómez, Gomito, sigue enfundado en la casaca verde y negra de Nueva Chicago. En el medio pasó por Independiente, Arsenal, Argentinos, DC United, Colorado Rápids y Miami FC, pero siempre volvió a Mataderos. Allí logró cuatro ascensos y se convirtió en el máximo ídolo de la historia de la institución. En 2017, el último 10 navega por el Nacional B con un conjunto plagado de jóvenes. Integra un mediocampo en el que suelen aparecer Federico Fattori (1992), Matías Vera (1995) y Alexis Vázquez (1996), todos nacidos después de su propio debut. A cuatro días de cumplir 43 años, jornada en la que los hinchas de Chicago lo homenajearán descubriendo una estatua suya, el viejo más joven del fútbol argentino charla sobre el devenir de su larguísima aventura detrás de la pelota. Porque los amores no saben de calendarios y las eternidades siempre son más felices si llevan el número 10 en la espada.
-¿Cuándo fue la primera vez que soñaste con jugar en Chicago?
-A los 6 años (en 1980), cuando jugaba en el club 12 de Octubre. Entrenaba y mi categoría todavía no podía jugar en AFA, por lo que me ponían con la categoría 71, donde iba al banco o tal vez quedaba afuera, porque yo tenía 6 y ellos 9. Para mí era jugar a la pelota todo el tiempo. Era hacer cosas afuera de mi casa, porque no había Playstation ni nada parecido. Se vivía de otra manera. Hoy los chicos están más adentro de la casa que afuera. Para nosotros era lo contrario. Era andar en la calle y con la pelota todo lo que se pudiera.
-Sos de los últimos jugadores que crecieron sin la Play, además…
-Uh, es un tema ese. No me llama la Play. Es terrible, porque en la concentración los chicos la traen y a mí nada. No me atrae estar ahí. No me gusta jugarla. No sé. Me banco cinco minutos charlando mientras juegan, pero me aburro y me voy. No es para mí. Encima, lo veo a mi hijo que se desespera por jugar y me doy cuenta que es algo de su generación. No está mal, eh, pero a mí no me cuenten para eso.
-¿Cuándo notás la diferencia generacional con la gran mayoría de tus compañeros?
-Cuando llego al vestuario y los veo a todos con el celular. Les digo: “Dale, loco, charlá con tu compañero de al lado”. Antes, vos llegabas al vestuario y había un diario para leer y se conversaba de eso. Ahora no, del teléfono ves todo y cambiaron las formas. No charlan. No se comunican. Tampoco puedo estar todo el tiempo así, retándolos, porque es la vida de hoy. Entro a un restaurante y veo a una familia con todos metidos en su teléfono y me quiero matar, porque no se hablan. No digo que esté mal que haya cambiado la vida, pero antes disfrutábamos de otras cosas.
-¿Cambiaron los vestuarios desde que arrancaste hasta hoy?
-Sin dudas. Antes, el vestuario era todo de gente grande y, tal vez, algún pibe. Eran dos o tres pibes, con toda la furia. Hoy, apenas tenés dos o tres grandes y, después, todos chicos. Antes debutabas de más grande y por ahí a los 23 años recién te estabas acomodando. Hoy tenemos pibes que a los 20 ya tienen dos o tres campeonatos adentro.
-¿Cómo era el Gomito juvenil?
-Lo mío fue especial, porque llegué a Primera a los 17 años. Era toda gente grande y no se podía tirar caños, porque te metían el codo en la trompa. Si te hacías el distinto, te la daban. Encima, venía el técnico y te decía: “Dale, pibe, levantate”. Te iban moldeando así. Era bravo. Yo miraba todo y aprendía todo, porque para mí era jugar con mis ídolos, esos a los que veía desde la tribuna.
-¿Se pegaba más cuando arrancaste?
-Sí, pasa que las canchas no eran como las de ahora. Hoy tenés buenas canchas hasta en la Primera C. Antes, en el Nacional B tenían pasto en los costados nada más. Era friccionado de verdad. Te daban. Pero son cosas que te forman, porque empezás a entender cuándo tocar, cuándo tenerla, cuándo gambetear. Esas dificultades del fútbol de antes me hicieron ser mejor hoy por hoy. Yo trato de transmitir eso a las nuevas generaciones. Y también a los de mi edad… (se frena). Bueno, no hay ninguno de mi edad, pero con los más grandes, que tienen 10 años menos (sonríe).
-Es que, justamente, los de tu edad ya están en la casa…
-Y sí. Mirá, a veces vamos a cenar con el plantel y está en la mesa mi hijo Gabriel (debutó en el 2014 y compartió cancha con su padre). Para mí es medio raro todo, porque el que está más cerca de sentirse parte de eso, por una cuestión de edad, es él. La mayoría tienen su edad y yo les llevo 20 años. Es muy particular eso. A veces no te sentís parte de algunas cosas, pero por una cuestión normal, de tiempo de vida. A su vez, te digo, verme corriendo al lado de ellos es lo más lindo del mundo. Y cada año que pasa pienso si me va a costar ir de pretemporada o entrenar el físico, pero me termino dando cuenta que necesito esto. Que acá soy feliz. Que no me cuesta levantarme para ir atrás de la pelota.
-Hace dos años, además, sufriste una rotura de ligamentos y volviste a jugar…
-Sí, fue un momento muy duro, porque ya había pasado los 40, tenía el sueño de volver a jugar en Primera y justo me rompo en el último amistoso antes del campeonato. Pero volví. Pude. Lo que me pasa ahora es que, por la rodilla, hay cosas que no puedo hacer, como saltos, frenadas, potencia… Y lo hago igual, porque sé que me hace bien a mi cabeza. Me lo dicen el cirujano y el kinesiólogo, pero no puedo. Yo quiero hacer todo igual que mis compañeros. No me aguanto. Después, el cuerpo me pasa alguna facturita. Pero no puedo ir contra mi esencia.
-¿Y el cuerpo cómo responde a jugar a esta edad?
-Lo lógico es que no vas a tener el pique o el arranque de antes, eso está claro. Igualmente, también tenés otras cosas, porque ahora siento que corro mejor la cancha. Yo voy leyendo el partido y viendo otras cosas que antes no veía. Corro diferente, voy percibiendo cómo viene la jugada y ahí acciono. No tengo dolores al otro día de los partidos.
-¿Cuáles son las claves para jugar a los 43?
-Como primera medida, el hielo. Para la recuperación es fundamental. Y, después, la siesta. Ese rato de siesta después del almuerzo, te deja nuevo. Con esas dos cosas, acá estoy.
-¿Te imaginabas jugando hasta los 43 años?
-Ni loco. Nunca lo hubiera pensado, te digo la verdad. No me imaginaba jugando al fútbol profesional a los 43. Tampoco miro mucho hacia adelante, eh, porque no puedo estar pensando todo el tiempo en la edad que tengo. La gente, por ejemplo, me pregunta qué voy a hacer en diciembre. Y no tengo idea, porque estoy pensando en el sábado. Realmente es así. Y creo que es eso lo que me sostiene en el fútbol, la idea de querer el próximo partido siempre. Que llegue. Jugarlo. Estar. Yo creo que el día que pierda las ganas, que no me transpiren las manos antes del partido, que se me vayan esos nervios, ahí pensaré en otra cosa. El día que pierda el fuego sagrado, me voy a mi casa. Pero hoy lo tengo.
-¿Te va a costar irte del fútbol?
-Yo voy a seguir ligado a esto, pero estoy convencido que nunca voy a volver a sentir lo que siento adentro de la cancha. No sé dónde pondré tantas ganas. Buscaré algo nuevo. Pero sé que cada segundo no vuelve más.
-¿Qué te pasa cuando te tomás vacaciones, porque uno podría pensar que se te puede hacer difícil juntar la energía para volver a entrenar y a replantearte objetivos?
-Los primeros tres o cuatro días vengo bárbaro. Me desconecto. Pero ahí me empiezan a agarrar ganas de volver a hacer algo. Te juro. Juego al paddle, al voley, al tenis, a lo que sea. Debe ser esto que me llama. No sé.
-¿Cómo llamarías a lo que te pasa con el fútbol?
-Es un poco de costumbre y mucho de amor. El fútbol es un fuego interior que no puedo explicar. Me pasó cuando me lesioné la rodilla, en el 2015. Ya no me aguantaba más en casa. El día más feliz de todos fue cuando volví a ponerme la ropa de entrenamiento de Chicago. Agarré el pantaloncito y la camiseta y volví a vivir. Me estaban esperando los utileros y el kinesiólogo y lo veía en sus caras. Me quedó patente ese momento. Fue decir: “Acá estoy yo, acá vengo de vuelta”. Eso que me pasa con el fútbol no tiene un nombre, pero es algo hermosísimo.
-¿Podrías vivir sin Chicago?
-Uf, difícil. Llego a casa y siempre es Chicago. Mi hijo juega en inferiores, mis sobrinos también y hasta tengo una sobrina que juega al hockey en el club. Valentino, mi nene más chico, anda todo el día con la camiseta. Es todo, Chicago. Es el lugar en el que me siento bien.
-¿Qué te dicen los hinchas de otros clubes?
-En los últimos años me di cuenta que hay tipos de otros clubes que me quieren. Eso es increíble. Voy a algún lugar y me para uno de Boca o uno de River y me dicen que se quieren sacar una foto conmigo. Y yo no lo puedo creer. Chicago es un gigante y me puso en ese lugar.
-¿Qué tiene este barrio que no tienen otros?
-Somos muy fanáticos. Muy. Desde chiquito somos de Chicago. Y no sólo en Mataderos. Vos te vas a Casanova, a Laferrere, a Catán y también hay hinchas de Chicago. Vas para zona sur y también. Vas para Boedo y también. Donde juegue, nunca voy a sentirme solo. En las malas, mucho más. Esa es la frase que nos define.
-¿Guardás algo de la primera época?
-Hay un buzo de entrenamiento dando vueltas en casa. Y creo que mi hermano tiene alguna de las primeras, que eran Adidas. Pero fue hace tanto que ya ni sé dónde quedaron. Ahí sí me doy cuenta de la edad.
-¿De quién que hayas enfrentado te gustaría tener la camiseta y no la tenés?
-De Riquelme. Jugué en contra él un par de veces y fue un placer, porque siempre lo admiré. Pero disfrutaba tanto de verlo adentro de la cancha que no me animé a pedirle la camiseta. Sin dudas que él representa a los engaches como ningún otro. Es el enganche por excelencia.
-¿Qué le diría el Gomito de hoy a ese que arrancaba en 1992?
-Que sea él. Que si llegó donde está, nadie le regaló nada. Que juegue como él sabe. Que no tenga miedo de gambetear e ir para adelante. Eso le digo a los pibes. Que se ganen estar acá. Que con los años se van a dar cuenta que no hay nada más lindo que jugar a la pelota.
Fuente: pagina12.com.ar