Lucrecia Martel despliega un encanto único en su cine y también cuando habla. Es el resultado de su gran capacidad de observación, su profundidad reflexiva y convicciones ejercidas sin impostaciones. Pero hay más. Martel reniega de ese mandato tan contemporáneo que exige transformarse en un vendedor crónico de sí mismo y se corre de la infalibilidad profesional. Entonces se permite decir –por ejemplo– que no se siente una directora de cine, que no sabe filmar ciertas escenas y que intentó hacer una serie y no le encontró la vuelta. No se trata de falsa modestia: expresa su forma de entender la vida. Para hacer realidad su flamante película Zama dejó en el camino años de trabajo, salud y patrimonio. Pero una vez más construyó una obra singular y atrapante.
Zama está basada en la renombrada novela del escritor mendocino Antonio Di Benedetto. Es la primera vez que Martel hace una adaptación literaria y su primera película de época. La vida de Don Diego de Zama (Daniel Giménez Cacho) transcurre en 1790, en una zona que hoy sería el norte argentino o más allá. Zama es un empleado de la Corona Española que conoció la gloria y el prestigio como corregidor, pero que vive un presente gris de asesor letrado a la espera de un traslado a Buenos Aires para reencontrarse con su familia. Ese deseo obsesivo quedará atrapado en una red de desaprensiones, burocracias y promesas incumplidas. La soledad y frustración de Zama lo hundirán en una ciénaga que lo comerá por dentro. Por fuera, una polifonía de lenguas, culturas, fauna y colores ambientan la amargura en un plano de extrañezas y desencuentros.
–¿En qué momento te diste cuenta que Zama iba a ser tu próxima película?
–Eso es algo muy misterioso. Imaginate todos los libros que leí en el espacio entre La mujer sin cabeza (2008) y 2013. Fueron un montón. Pero con la novela de Antonio Di Benedetto me sumergí en un mundo único y quedé con un deseo loco de convertir esa inmersión en otra cosa, en este caso en una película. ¿Cuál es el motivo? No lo sé. Después uno se inventa algunas explicaciones. Pero creo que en el fondo desconozco las motivaciones más profundas. Es el sortilegio que produce la escritura de Di Benedetto y esta novela en particular. Cuando terminé de leerla sentí que me enseñó algo sobre la existencia. Más adelante me di cuenta que lo que más me conmovió fue cómo uno puede ser autor de su propia condena. Se aplica a Zama, pero va para todos. Por ejemplo, a las personas que entregan sus vidas a ascensos y una supuesta felicidad que se mide en posibilidades de consumo.
–La película trabaja mucho con los planos cortos. ¿Que encierra esa decisión estética?
–Mi objetivo y el objeto de la narración era este hombre, Zama. No me podía dar el lujo de distraerme. Para mí en las películas de época se suele cometer un error: los directores tienden a deslumbrarse con la reconstrucción del pasado que hicieron. Y le dan mucha preponderancia, casi como diciendo «¡mirá lo que logramos!». Son triunfos de la producción que pueden entorpecer el desarrollo del relato. Me encantan los paisajes, me encanta filmar a la intemperie, en la película se cuelan más de una vez, pero lo fundamental es la narrativa. Tampoco me interesa ese costado turístico del cine. Me parece bárbaro que se haga, pero no es lo que me interesa.
–¿Fue muy difícil filmar en esos escenarios naturales?
–Son espacios complejos. Pero Javier Leoz, nuestro director de producción, tuvo una idea genial: empezar a filmar por lo más complicado. Entonces lo primero que hicimos fue hundirnos hasta el cuello en las zonas más cerradas de Chaco y Formosa. Superar eso nos ayudó a todos en función de lo que vendría. Seguimos por las escenas de río y finalmente con los interiores. No filmar en continuidad puede ser un problema. Pero se puede hacer cuando contás con actores experimentados. Giménez Cacho tiene tanta conciencia de sus personajes que te permite laburar en cualquier orden. No es algo que suceda siempre.
–¿Cómo decidieron convocarlo y que sentís que le aportó a la película?
–Ya habíamos considerado llamarlo para La niña santa y acá fue nuestra primera opción. Interpreta de una manera magnífica el volcán interno que Zama lleva adentro y oculta. No es sencillo para un actor expresar eso sin pasarse.
–¿Sufriste estar casi diez años sin estrenar una película?
–No porque no me veo a mí misma como una directora de cine. No sé. Me gusta investigar cosas, te diría que soy una científica frustrada. Y no tan frustrada. Hago investigaciones y siento que estoy en el mundo de la ciencia. Esas cosas a veces derivan en películas, aportes para películas o cosas que hago en mi casa. Pero no me veo a mí misma como profesional, en función de una carrera, ni nada por el estilo.
–Son declaraciones que no suelen hacer artistas de ningún rubro.
–No me fijo tanto lo que declaran otros. Pero tampoco me siento artista ni me interesa. Me parece que son juicios externos a la persona que hace y muy de época. El que era un gran artista en el siglo XVIII, en el XIX fue un pelotudo y en el XX, un avant-garde. Para mí ese juicio es de los otros. Mi actividad la defino según mis ideas respecto de ser parte de la sociedad. Siento la responsabilidad del discurso público. Y después, como cualquier ser humano y cualquier profesional, considero que puedo aportar algunas cosas y otras no. No se me cae ninguna corona por contarlo.
–Hay un reclamo muy grande de la gente del cine por las actuales políticas del Incaa. ¿Qué opinión tenés al respecto?
–Con las actuales políticas del Incaa hubiera sido imposible hacer Zama. Desgraciadamente. O cualquiera de mis otras películas. Por un lado hay un deseo de transparencia necesario. Se habían generado beneficiados o «ranchitos», pero eso sucede en cualquier instituto que maneje dinero de cualquier industria. Necesitamos transparencia, pero es importante que el instituto tenga conciencia de qué tipo de empresas trabajan con el cine argentino y lo que han logrado a nivel de calidades narrativas, producción, representación internacional y relación con el público acá. Este gobierno está aplicando recetas de grandes empresas como si al cine argentino lo hicieran grandes empresas. Y lo que van a lograr si siguen por este camino y no reflexionan es que sólo dos gigantes puedan producir cine en la Argentina. Lo cual sería una tremenda equivocación. Si hay algo que ha caracterizado al cine argentino en las últimas épocas es su gran diversidad. Que el consumo defina las políticas del Incaa es de una torpeza y falta de inteligencia enorme. Creo que el error de este gobierno es creer que cualquier defensa del cine argentino es una defensa kirchnerista. El instituto pasó por las más diversos colores políticos.
–La presencia del Estado es todavía más importante en una actividad marcada por una competencia global muy desigual.
–En este punto es muy difícil hablar. Si apelamos a una simplificación –y no tanto– en ese aspecto somos una colonia. Todos los mecanismos de distribución están en manos extranjeras. Uno dice esto y parece una psicobolche que tiene puesto un pullover con dibujos de llamas (risas). Pero funciona así. En esa lógica caen tres películas extranjeras con 300 copias y copan todos los cines. ¿Cómo va a sobrevivir una película como Zama que sale con 50? ¿En qué cines? ¿Cuánto tiempo? ¿Cómo hacés para que una película encuentre su público? Y ni hablar de las enormes campañas de marketing y otras estrategias publicitarias. Es una lucha muy desigual. El libre mercado no es una fuerza de la naturaleza a la que hay que dejar liberada para que le dé forma la sociedad. Creer eso es ser un estúpido o un beneficiario directo. «
Un recorrido plagado de reconocimientos
El recorrido de Lucrecia Martel siempre estuvo acompañado de un gran reconocimiento. La Ciénaga (2001), La niña santa (2004) y La mujer sin cabeza (2008) obtuvieron muy buenas críticas y una repercusión creciente. Zama representa un paso adelante en ambos sentidos. En las últimas horas se supo que representará a la Argentina en la categoría mejor película iberoamericana en los premios Goya y mejor film extranjero en los Oscar.
Pero la mirada de Martel no se queda sólo en el cine.
–Muchos hablan de una era dorada de las series. ¿Estás de acuerdo?
–Me parece que hay una generación que se educó con un cine más diverso y mirando mucho Twin Peaks en los ’90. Hay gente muy talentosa y con mucha información que por un tema de mercado terminó yendo para ese lado. Creo que hoy el mundo de las series goza de una creatividad extraordinaria, pero en términos narrativos propone un regreso al siglo XIX.
–¿Por qué?
–Es innegable la calidad de Breaking Bad o Mad Men, entre tantos ejemplos. Pero a nivel narrativo no aportan grandes novedades.
–¿Harías una serie?
–Me han ofrecido y he intentado. Pero me resultó muy difícil. Siento que no es un espacio de tanta libertad como muchos creen.
Fuente: tiempoar.com.ar