El delantero de Lanús desmitifica la riqueza del futbolista en una charla anclada en la patria de su corazón, el territorio granate. Mientras siguen llegando ofertas para llevárselo a jugar a otros lados a cambio de millones, decide quedarse y explica sus razones.
Va caminando por los pasillos internos de la cancha de Lanús como mirando a ver quiénes vinieron a trabajar hoy. Los va saludando uno por uno con un beso. Están los que lo conocen de pequeño y le dicen Lauti. Están los que le tienen demasiado respeto y le dicen Lautaro. Y están los curiosos, que lo paran para una foto con el grito corto de “¡Laucha! ¡Laucha!”. Pasa por al lado de la urna que junta llaves que serán metal de su estatua homenaje y sube las escaleras. Saluda a un par de pibes que salieron del colegio recién, sigue su trayecto y llega a la sala de prensa. “¿Qué hacés acá si es tu día libre?”, lo encara un empleado que lo conoce desde hace años. “Es que estaba aburrido en casa y me vine. Soy así. Aparte hoy está más tranquilo”, retruca.
Si Lautaro Acosta se presentara en este momento a las elecciones para ser presidente de Lanús, las ganaría por el margen más amplio de todos los tiempos. Y aunque el hombre que ocupa ese cargo hoy, Nicolás Russo, le dice siempre, medio en broma y medio en serio, que lo ve como futuro mandamás del club, lo único que logra es que el risueño Laucha se saque el traje al instante. “Yo no sé administrar y creo que nunca me vería ahí. Me veo en casi todos los lugares de Lanús, pero ahí no”, anuncia.
-¿Por qué Lanús?
-Es mi casa. Vine a los 8 años y me apoyaron en los peores y en los mejores momentos. Yo soy de Glew, de una familia humilde, y gracias al club me pude formar, porque me daban un viático para venir y no pagaba cuota. Estaba becado. Soy el producto de un club social, aunque en ese entonces no me daba cuenta. Incluso en un momento en el que mi papá, que laburaba en una concesionaria de autos, se quedó sin trabajo, allá a finales de los 90, principios de los 2000, el club le abrió las puertas para que viniera a trabajar a Lanús. Hizo limpieza, fue técnico de infantiles, de todo. Estábamos mal, necesitábamos una mano y ahí estuvo el club. Yo después hice todas las inferiores y llegué a Primera y todavía siento que no devolví todo lo que me dieron.
-Y te fuiste y volviste…
-Sí, pero sabés que cuando me fui, nunca volví a ser el mismo. Ni en Sevilla, ni en Santander, ni en Boca. Nunca fui el de acá, el de Lanús. Me lesionaba. Me pasaban cosas. No me sentía a gusto. Y volví y otra vez logré volver a ser. Acá soy el mejor que puedo ser. Este lugar me da esa paz, esa continuidad y esa alegría de vivir el fútbol. Soy lo que era en el baby fútbol de Lanús. Eso soy.
-Decía que te fuiste, porque a cierta edad el jugador busca un progreso económico (y muchas veces deportivo) lógico y deja de lado muchas cosas. Hoy rechazaste ofertas de muchos clubes e incluso una propuesta millonaria de China. ¿Por qué?
-Porque Lanús me da títulos y me llevó a la Selección, que es mi máximo sueño. Yo tengo cinco campeonatos acá y, cuando era chico, el club no había sido campeón nunca. Crecí en un club que ascendió, que jugó la Promoción, que se fue haciendo grande y que empezó a ganar cosas. Y cada festejo es el festejo de mi familia, de mis amigos, de los que conozco de toda la vida. ¿Cuánto vale eso? Estamos entre los cuatro mejores del continente. No hay plata que lo pague. De verdad lo digo. Hay mil jugadores que ganaron cualquier cantidad de plata, pero nunca pudieron ser campeones con sus amigos y con su familia. Por eso me quedo acá.
-Hablemos de plata, justamente. Está instalado que el jugador tiene que facturar porque su carrera se termina. Y es cierto. Se dice poco que, con las herramientas de cada caso, dinero se puede seguir generando, pero que volver a jugar es imposible. Se te termina la chance de jugar, no de trabajar. ¿Lo pensaste?
-Es que siempre digo que con lo hiperactivo que soy, el día que deje de jugar voy a tener dos manos, dos piernas y una cabeza para pensar y algo voy a tener que hacer. Algo voy a hacer, porque la vida no es sentarse a esperar que pase el tiempo. Voy a ser viejo para el fútbol, pero joven para la vida. Hoy tengo 29 años y planeo jugar hasta los 35 o 36, pero disfrutando. Y tengo en claro que los momentos que paso como jugador no los voy a volver a vivir. Por eso no creo que todo pase por la plata. Yo qué sé si es mejor ir a China a cobrar diez veces más que quedarme acá a disfrutar los mejores años de mi vida en el fútbol. No juzgo al que elige lo otro, eh. Para nada. Pero yo soy así. Tampoco voy a negar que acá cobro bien y que tengo todas las comodidades, pero, como dice Marcelo Bielsa, lo único que no podemos comprar los futbolistas es tiempo. Y el mío prefiero dárselo a Lanús.
-Bielsa dice, también, que el fútbol se parece cada día más al negocio y menos al hincha…
-Es así. Y nadie dice que ganar plata sea malo. Pero la plata sirve para llenar determinadas comodidades y listo. Obvio que me gusta vestirme bien o tener un lindo auto y una casa, pero juntar por juntar… ¿Para qué? ¿Para salvar a mis hijos y a mis nietos? Mirá que tal vez salvando a alguien lo estás perjudicando y lo volvés un inútil. Ojalá que mis hijos y mis nietos aprendan a ganarse lo suyo. Eso es más importante que salvarlos. Bill Gates, por ejemplo, dijo que no va a dejar toda su fortuna a sus hijos, porque quiere que aprendan el camino. Y que les deja una cantidad para comenzar, pero que después se tienen que hacer cargo ellos.
-¿Podés perder el sentido de tu carrera si vas solamente tras el dinero?
-Sí. Puede pasar. Y, repito, no juzgo al que lo hace. Al que sigue eso. Para nada. Es lógico. Pero te vas corriendo del verdadero objetivo. Y empezás a sacar chapa de los relojes que te compraste. O los coches. O de lo que sea. Lo que pasa en el fútbol es que te terminan respetando por el auto que tenés o por la ropa que te ponés. Te respetan por la plata que tenés en vez de respetarte por lo que hacés adentro de la cancha. Entonces, te terminás convenciendo de que el camino para tener más respeto es ganar más plata. Y ahí te fuiste de foco.
-Y en el medio te podés pegar un palo…
-Sí, porque nadie te prepara para todo lo que se viene. Te preparan para jugar, pero para lo que viene después no. Vos cuando sos chico y te imaginás jugando en Primera, soñás que hacés el gol del título o que ganás la final del mundo. No soñás con que te aumenten el contrato. Pero una vez que llegás a Primera, todos te empiezan a hablar de eso. De la plata. La verdad es que en el fútbol, si no tenés sueños e ilusiones, la plata no te sirve para nada. Pierde sentido. Tal vez yo lo digo porque soy un desastre con la guita o porque no tengo necesidades urgentes. Pero lo creo realmente.
-El jugador suele ser desconfiado respecto de lo económico. ¿Van desarrollando defensas contra el que quiere acercarse por interés?
-Yo me enojaba mucho por eso. Lo hablé en terapia, incluso. Mi terapeuta me decía que no tenía que pelearme con todo el mundo. Que no sirve poner a todos en la misma bolsa, porque hay gente que se acerca de manera genuina, que te valora. Y que a esos sí vale la pena darles una mano en lo que sea. Me decía que si quería sacar a alguien así de mi vida, que lo fuera corriendo, pero sin perder energías de más. Para el jugador es difícil, porque desde que salís del vestuario que te están pidiendo desde la camiseta a lo que sea. Y uno se confunde y no distingue, porque este trabajo también es así.
-¿Hace mucho que hacés terapia?
-Ahora vengo de un parate de algunos meses, pero hace varios años que arranqué. Lo hice porque sentía la necesidad de pedir ayuda al no poder lidiar con algunos temas. No todos somos capaces de todo y siempre de chico me llamó la atención el trabajo del psicólogo. Ya de pibe decía que iba a ir. Y en un momento me pude dar cuenta de que lo necesitaba. Que estaba abierto a eso. Y fui. Me ayudó mucho con el tema de las lesiones que tuve en Europa y en Boca.
-¿Cómo fue eso?
-Lo primero que me dijo mi terapeuta es que todo tenía que ver con mi hiperactividad. Que yo quería hacer todo a mil, como en un pique, dentro y fuera de la cancha. Entonces, entrenaba el lunes a full, el martes a full, el miércoles a full y el jueves me explotaba el isquiotibial. Encima, los preparadores físicos me la hacían peor, porque me mandaban a hacer gimnasio para fortalecer y yo ya estaba muy entrenado, con lo que me cargaban las piernas. Lo mismo con mi vida fuera del fútbol. Iba a ver a mi familia, a mis amigos, a mis otros amigos, acá, allá, a una nota, a un programa, a un evento y llegué a darme cuenta que no disfrutaba nada. Que estaba pero no estaba. Ojo, cuando me lo comentó por primera vez, pensé: “¡Qué va a saber de fútbol un psicólogo!”. Pero me empezaron a caer las fichas de que tenía que regular. Que no todos los piques pueden ser a fondo y que si me maté el lunes, el martes tengo que trabajar más tranquilo. Y ahí fui aprendiendo y ordené un poco mi vida. Y me funcionó, porque bajó la cantidad de lesiones.
-Comenzamos hablando sobre las oportunidades que te brindó Lanús como club social. ¿Tenés una mirada sobre el tema de la falta de oportunidades y sobre el conflicto social a su alrededor?
-Es un tema difícil, porque la gente está muy dividida políticamente. Por mi parte, trato de ayudar y lo hago indirectamente, por medio de mis hermanos, en algún comedor y a algún merendero. Lo que veo y lo que siempre comento con mis compañeros es que necesitamos darle prioridad a la educación. Sin eso, se pierden generaciones enteras. Y no veo que se le brinde la importancia necesaria. Y me duele. Después siempre vas a escuchar que al pibe que pide algo o que corta una calle le digan vago, que no quiere estudiar o laburar. Hay que ponerse a pensar que no todos tenemos ni tuvimos las mismas chances. Que el tipo que pide algo es porque no tiene otra salida. Yo podría ser cualquiera de ellos. ¿Cómo les voy a echar la culpa?
Fuente: pagina12.com.ar