A casi tres semanas de la desaparición forzada de Santiago Maldonado durante un violento operativo de Gendarmería en la lof de Cushamen, afloran en su jefatura regional los primeros signos de una interna. Y entre la tropa se extiende un vidrioso estado de ánimo como una mancha venenosa.
Pero para explorar ambas situaciones hay que retroceder al 1º de agosto.
«¡Búsquenlos! ¡Busquen!», ordenaba un oficial cuando la soldadesca procedía al incendio de carpas mapuches no sin amedrentar a mujeres y niños. Era Juan Pablo Escola, del Escuadrón 36 de Esquel, quien quedó a cargo del ataque mientras su responsable original, el comandante del Escuadrón 35 de El Bolsón, Fabián Arturo Méndez, permanecía en una camioneta estacionada a la vera del poblado. Esa faena era supervisada por el titular de la Agrupación XIV de Chubut, Conrado Balari. Y el civil Pablo Noceti –nada menos que jefe de gabinete del Ministerio de Seguridad–, fuera de sí, bramaba: «¡Los vamos a cazar a todos!». Esa frase estaba dirigida a los hombres que corrían bajo una lluvia de balas hacia el río. Entre ellos se encontraba Santiago.
Tres días después, en diálogo telefónico con Tiempo Argentino, el comandante del Escuadrón 36, Pablo Ezequiel Badié, aclaró que sus hombres «solo prestaron un servicio de apoyo al procedimiento». Y amparándose en la prohibición de abrir la boca, esquivó precisar la unidad que ingresó a la lof.
Pero, de pronto, soltó: «Vea, ¿por qué no llama al Escuadrón de El Bolsón?».
Fabián Méndez también hizo uso del voto de silencio. Sin embargo, luego se supo que ante un funcionario del gobierno de Río Negro sus exactas palabras fueron: «El operativo estuvo a cargo de Chubut. Ellos son muy celosos; solo ellos pueden decir lo que pasó».
De hecho, el acta del procedimiento lleva la firma de Juan Pablo Escola.
Aun así, Badié insistió –esta vez, explícitamente– con el protagonismo del escuadrón de Méndez en el ataque represivo durante una conversación con Julio Saquero y Mabel Sánchez, miembros de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos (APDH).
En ambas provincias no es un secreto la añeja rivalidad entre esos dos comandantes; desde siempre han disputado su intervención en distintas causas a modo de una «sana» competencia con ribetes, diríase, deportivos. Pero ahora se responsabilizaban mutuamente por los hechos registrados el 1º de agosto. Una «polémica» que –según una fuente oficial– inquieta al Ministerio de Seguridad por sus imprevisibles consecuencias.
El 11 de agosto una marcha de casi 3000 vecinos de El Bolsón –una cantidad notable en una ciudad de 19 mil habitantes– marchó desde el centro hacia el Escuadrón 35, emplazado sobre la ruta 40 y la avenida Las Heras. El día anterior ese mismo sitio había sido allanado por orden del juez federal de Esquel, Guido Otranto. Y ahora la multitud reclamaba allí la aparición de Santiago. Se dice que Méndez se mostró «muy molesto» por el asunto.
Más molesto se sintió durante la madrugada del sábado cuando su sueño fue atravesado por un piedrazo contra la ventana del dormitorio de su hogar en plena la zona céntrica.
La custodia –dos suboficiales que al momento del hecho dormitaban en una camioneta estacionada junto a la casa– solo alcanzaron a ver –según sus dichos– a unos «encapuchados» ya lejos de allí.
Eso bastó para que el bravo comandante se considerara «amenazado de muerte». Dicha «hipótesis» fue avalada por la cúpula de Gendarmería, la cual aconsejó a Méndez «alejar inmediatamente a su familia del perímetro». Desde entonces la esposa y su hija permanecen alojados en un hotel, Y él ahora vive en el casino de oficiales del Escuadrón rodeado por diez guardaespaldas.
Por estos días el clima gélido de Esquel y El Bolsón está enrarecido. El grueso del personal de los escuadrones 35 y 36 son de aquellas dos ciudades donde casi todos se conocen. Y muchos suboficiales, la mayoría muy jóvenes, recibieron en sus casas llamadas telefónicas de sus vecinos para repudiar la desaparición de Santiago. Desde ese fatídico martes la vida cotidiana no les resulta sencilla. Las recriminaciones y el rechazo hacia ellos son constantes. Eso les explota en cualquier esquina, en la tienda del barrio y cuando llevan sus hijos a la escuela, con sus consiguientes secuelas anímicas. Para colmo, la única «contención» que reciben en el cuartel son presiones y advertencia por parte de sus oficiales.
¿Acaso temen que algún pacto de silencio se quiebre en mil pedazos?
Al respecto una escena digna de evocación: hace un tiempo una mujer de la comunidad de Cushamen fue detenida por la Policía de Chubut e ingresó menstruando al calabozo. Sus captores advirtieron eso, y uno le gritó: «¡India sucia, tomate tu propia sangre!». Después, cuando ella declaró el episodio en una audiencia judicial, el gendarme de origen mapuche que custodiaba la sala rompió en llanto y se tuvo que retirar.
Arduo trabajo tendrá ahora por delante el capellán de la fuerza. «
Los documentos que desmintieron a Patricia Bullrich
El miércoles, ante la Comisión de Seguridad del Senado, la ministra Patricia Bullrich, con vehemencia y a los gritos, defendió la inocencia de la Gendarmería en la desaparición de Santiago, defendió a Pablo Noceti, su jefe de gabinete, quien dirigió el operativo, y a la vez acusó a familiares y allegados de demorar la búsqueda. Esa misma tarde, en su web, Tiempo reveló documentos que desmienten a la ministra: la declaración en la lof de Cushamen de una testigo de los procedimientos y el primer hábeas corpus que fue presentado por la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) durante la tarde de ese 1 de agosto (a horas del secuestro) ante el juzgado.
Fuente: tiempoar.com.ar