“No siento que trascender como ser humano sea ser futbolista”

El experimentado volante ama al fútbol, pero detesta tanto el estilo del campeonato local, como lo que ocurre fuera de la cancha. El marplatense sueña con ser político y, a su vez, desnuda el arte de la adaptación. Distinto. Muy.

Aunque está metido en una larga charla que pasa la media hora, aunque debe irse, aunque entrenó toda la mañana y aunque podría sacarse de encima la respuesta, cuando la máquina que poda el pasto en el predio de Villa Domínico de Independiente pasa haciendo ruido, Walter Erviti hace silencio. Corta su respuesta. Aguarda a que la jugada se aclare. Evalúa que el sonido de su voz no quedará bien en la grabadora, pero no lo dice. Y espera. Siempre espera. Porque, aunque va relojeando de lejos a la cortadora de césped en su ida y vuelta, nunca pierde el hilo de la respuesta. Al borde de la línea de cal de un campo de entrenamiento, el marplatense parece el mismo que ahí adentro. Erviti piensa y se piensa, del fútbol a la política y de su admirado Nelson Mandela a los caños que ya no tira. La máquina que ruge pasa otra vez.

-¿Cuánto ocupa el fútbol en tu vida?

Muchísimo. Yo lo vivo de manera especial y no quiero exagerar, pero desde los 5 o 6 años que quería ser futbolista profesional y, aunque tengo devoción por mi familia, el resto es el fútbol. No tengo otras cosas sobre las que poner mi vida. Dirán “qué aburrido este tipo”, pero para mí el fútbol es todo. Lo disfruto demasiado. Me gusta leer de fútbol, leer de entrenadores, escucharlos, ver, sentir, charlar. Todo. Pero con fútbol. El fútbol, para mí, se parece a la felicidad.

-¿Nada te da lo que te da el fútbol?

-Claramente, el tema que se antepone a todo es la salud de mi señora o de mis hijos, pero yendo a lo normal, a lo personal, a lo cotidiano, el fútbol está ahí todo el tiempo. Dentro de una cancha no tengo que fingir nada. No tengo nada que esconder. Jugando al fútbol soy honesto y me siento verdadero. Y mirá que me han puteado y en todos los clubes donde llegué, a los 10 días me pedían que me vaya. Pero nunca cambió mi relación con el fútbol.

-¿Y qué precios pagás por vivirlo así?

-Si uno no tiene fortaleza mental en la era que se vive, con las redes sociales y los medios de comunicación, es muy difícil ser futbolista. Es muy difícil conformar a todos. Por lo que mucha gente que te aplaude, por lo mismo, mucha gente te putea. Y si uno ahí no tiene un equilibrio para entender eso, se complica. Yo trato de salirme de todo lo que rodea al fútbol. A mí el fanatismo hacia el futbolista no me gusta. La idolatría menos. No me la creo cuando me alaban. Mucho menos cuando me critican.

-Decís que no le das credibilidad a los elogios. ¿Y con la gente que te idealiza o que piensa que te conoce por verte en la tele, cómo hacés?

-Es que la gente piensa que tiene un derecho de pertenencia hacia vos, por pensar que vos los representás adentro de la cancha y que por eso sos parte de ellos. Están los que son respetuosos y los que se desubican. Vivimos en una sociedad que pierde valores a cada paso. Yo, por mi parte, trato de conservarlos. Y uno de esos es el respeto por el otro, sea el que sea.

-En todo equipo hay figuras y jugadores de rol, futbolistas elogiados y otros que no. ¿Confronta el ego del futbolista con el valor de lo colectivo?

-Para mí el fútbol es un equipo. Siempre. Después, el jugador es inteligente y sabe, porque es lógico que los delanteros salgan más en las tapas de los diarios. Durante mi carrera, cuando sentí que no era así, que lo colectivo no estaba delante de todo, me fui. Y del lugar que sea. Todos necesitan de un equipo atrás. Maradona y Messi también. El cuento del futbolista que gana solo no es tal. Esa es mi conclusión sobre lo que pasa en la cancha.

-¿Y afuera?

-Hay muchas cosas que, en muchos sentidos, son más importantes todavía, como el respeto al compañero o el día a día. Eso también hace que un grupo sea diferente. Me ha tocado estar en equipos en los que la diferencia entre la buena y la mala convivencia era la diferencia entre salir campeón o no. Si un jugador no se entrena, por más importante que sea, no le hace bien al resto de los compañeros. Si el que juega bien hace lo que quiere, después es difícil conseguir cosas importantes. Luego, hay mucha gente que trabaja en silencio dentro de un vestuario para mantener una armonía o una comunión. Y te digo pibes que no juegan nunca, eh.

-¿A veces uno que no juega es más importante que uno que juega?

-Claro. Te voy a dar un ejemplo de hoy de Independiente, que es Damián Albil. Desde que yo llegué, a él no le tocó jugar ni un minuto. A veces no va ni al banco. Sin embargo, en el vestuario es el gran ejemplo para todos nosotros. Es motivador. Es positivo. Habla bien. Se lo escucha. Incluso, cuando hay un tema difícil de manejar, él tiene una palabra interesante, que sirve y aporta. Y no le toca jugar, pero para la unión del grupo es fundamental. Y vas a escuchar que a este grupo lo lidera tal o cual, pero nadie sabe lo que está haciendo un tipo como Albil. Es un ejemplo.

-¿Por qué dejaste de tirar caños? ¿Por entender mejor el juego? ¿Por disfrutar de otras cosas? ¿Por un renunciamiento a cierta diversión en el campo?

-Dejé de tirar caños por adaptación. Mirá, cuando yo dejo de disfrutar en un lugar, me voy. En la vida no tengo tiempo para perder. Pero siempre elegí jugar. Siempre preferí ser cola de león que cabeza de ratón. Yo no quiero estar sentado en el banco del Barcelona. Prefiero irme a otro club y jugar. Me gusta estar adentro de la cancha y no me siento uno de esos jugadores que dicen: “Yo soy 10 y juego a tirar caños y, si no me ponés de eso, nada”. No. En México, con Passarella, jugué de tres. Con Herrera jugué de dos. Con La Volpe, de extremo. Me fui de Banfield a Boca siendo un diez clásico y me pusieron de carrilero por izquierda a correr. Y no atacaba, porque Falcioni me pedía que haga el relevo de Clemente Rodríguez, que se asociaba bien con Román (Riquelme) y debía darles lugar. Corría 13 kilómetros por partido, pero lo hacía feliz. No es que dejé de tirar caños, es que me intenté adaptar. Si juego de cinco, se la tengo que dar al diez. No hay dos diez. No puedo tirar caños adentro de mi área.

-Pero para eso hay que poder intelectualizar tu rol todo el tiempo, porque el ego te pide…

-Es que me gusta mucho más jugar que hacer mi jugada. Por eso, voy de tres si me lo piden, aunque no me guste. La gente va a verme jugar y va a decir que no soy el mismo, que no juego como en tal o cual club y que no doy lo que debería. Pero si los escucho a todos, me pierdo, porque para algunos soy mejor atacando, para otros, defendiendo, y para otros, en mi casa.

-¿Y el fútbol argentino te gusta?

-No, no me gusta. No me gusta cómo se juega y no me gustan las vueltas que quieren darle al juego. Esto es simple: el fútbol es parar la pelota bien y pasársela a un compañero. Pero hoy parece que no. Te dicen: “Lo pongo con el perfil cambiado porque el tres de ellos cerró el 80 por ciento de las pelotas bien con el dedo izquierdo”. ¡Pará, flaco! El fútbol no es tan difícil. Valoro que me quieras dar información, pero para mí hay una sobreinformación. Esa sobreinformación va a falsear el juego y va a haber que volver a la base: parar y pasar bien la pelota. No me gusta que el fútbol tenga más intensidad que técnica. O que digan que un futbolista lento no puede jugar, porque no conozco a ningún jugador más rápido que la pelota. El problema es si vos pensás e intentás crear y la primera vez te murmuran, seguís. Entonces, insistís la segunda vez y te murmuran. Y al final, en la tercera, la pateás para arriba para que te aplaudan. Ahí sonamos. Ahí renunciamos a lo primordial del fútbol, que es tener la pelota. Me van a decir: “La tenés 80 minutos en tu arco”. Dejame ver si la tengo en mi arco. Porque la pelota te ordena a vos y desordena al contrario. Y cuando ellos se desordenan, vas con un pase para adelante y lastimás. El problema es que en Argentina el seis se la pasa al dos y el dos la revolea.

-¿Es tan así?

-Sí. La tirás, vas a la segunda pelota, la ganás y armamos la jugada desde ahí. Y si hacemos un gol, nos metemos atrás y jugamos de contra hasta definirlo. A mí no me gusta. ¿Lo he jugado? Sí, en el Banfield campeón. Y disfruté el título, no te digo que no. Es la única estrella que tengo tatuada. Pero no compartía jugar de esa manera. Pero es mi trabajo. Yo todavía juego al baby fútbol con mis amigos y, te digo, ahí tiro tacos, caños, sombreros, todo. Después vengo acá y se la paso a un compañero. Esto es así.

-Son complejos ustedes los futbolistas…

-Tenemos nuestras cosas. El jugador necesita que lo mimen. Y hay técnicos que no lo entienden y te exponen. El futbolista es un ser humano, no una máquina. Hay entrenadores que creen que los jugadores son robots y que, si no le pegás como ellos quieren, te sacan, te sientan en el banco y no te hablan ni te miran. Y te hablan después de 20 días. Es un ambiente complicado. Pero me pasa a mí y a los nenes de ocho años que erran un gol en un club de barrio. Les gritan. Los maltratan. Y, lamentablemente, esos pibes van a entender con el paso de los años que este fútbol es así. Hasta que no tengamos otros líderes, este fútbol va a ser así.

-Si lo que pasa adentro de la cancha no te gusta, lo de afuera….

-Menos. No me gusta todo lo que rodea al fútbol y lo he dicho durante 20 años de carrera. En enero viví una situación en la que, como no me pagaban hace siete meses, reclamé y automáticamente quedé libre. Y me puse a buscar otro club. Ahí se juntaron un montón de dirigentes y decidieron que no me querían dejar jugar por haber reclamado eso. ¡Cómo yo como directivo que se rompe el culo para pagarle a los jugadores voy a legitimar al tipo que no paga! En Argentina se premia siempre al más vivo, al que caga a uno y es piola, al que caga a otro y es piola. El problema es que, a la larga, ese tipo te va a terminar cagando a vos. Nuestra sociedad es un sálvese quién pueda.

-¿Te gusta la política?

-Sí, me encantaría trabajar en la política en el futuro. Es la única herramienta para cambiar realmente a las sociedades. Yo vengo de una familia humilde y pude cambiar la realidad de mi familia y darle a mis hijos lo que yo no tuve. Al mismo tiempo, miro para atrás y a la gente que estaba conmigo en esa época no le fue así. Ellos no tuvieron con qué salir de ese lugar. Esa gente necesita que alguien los ayude. Y con las cosas básicas. La gente necesita salud, comida y trabajo. Vos me querés hacer un edificio de 200 pisos que se vea desde el Obelisco, bueno, dale. Pero primero dale de comer a la gente. Te dicen: “Hay un 4 por ciento de personas pobres en el país”. No me hables de números, porque esa es gente que no come. Hoy estamos pensando en viajar al exterior en vez de darle una mano al de al lado.

-¿Qué te duele?

-Los pibes que están en los semáforos pidiendo de noche. Tendríamos que estar rescatando a esos pibes. Hacé algo, loco. No puede haber un nene en la calle pidiendo después de las 11 de la noche. ¿Dónde están los políticos a esa hora? Comiendo con sus familias. Eso me jode. Yo antes le daba plata a los pibes. Después me di cuenta que era un peligro, que era una manera de resolverlo fácil. Entonces, decidí comprar galletitas. Tenía todo el auto lleno de paquetes de galletitas. Pero después no podés con todos. Y terminás mirando para el costado. Y te volvés un insensible.

-Pep Guardiola dice que hay que luchar todos los días para no perder la sensibilidad de acuerdo al lugar que uno ocupa. ¿Ser sensible es una batalla?

-Es que el sistema te obliga a cambiar. Te empuja a hacerte el boludo. ¿Cómo hacés? Si en cada semáforo hay un nene. Y después veo que están construyendo una autopista de 10 carriles. Hay otras prioridades. Alguno me va a decir que sin esa autopista, el camión con la comida no llega y es lo mismo. Es una explicación que para mí no es lógica. Es mi pensamiento. Hay cosas que son más importantes que otras. Por eso, aunque quiero trabajar en la política, me resulta difícil no enojarme al ver lo que hacen los políticos.

-Al cabo, para estar en la cancha y cambiar cosas, hay que bancarse algunas otras. Es lo mismo que cuando hablabas de ir al banco en el Barcelona…

-Sí, es cierto, para trascender hay que arriesgarse. No siento que trascender como ser humano sea ser futbolista. Es una locura que se aplauda a un jugador y nadie valore a un médico que opera gratis durante diez horas. Es cierto, al médico no lo esperan 200 periodistas para preguntarle cómo opero. Pero tampoco lo auspician las veinte marcas más importantes del mercado mundial. Ahí arranca todo. A mí me llama la atención cuando un ser humano deja su vida de lado para ayudar al resto de otra manera. Por eso pienso en trascender, porque hasta ahora sólo hice cosas para mí. Porque el fútbol fue por mí y para mí. Y a veces hay que mirar hacia el costado.

Fuente: pagina12.com.ar

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