Los pueblos argentinos que buscan repoblarse para escapar del olvido

Veintiún mil trescientos euros. Eso paga el pueblo suizo Albinen a todo aquel menor de 45 años que quiera quedarse a vivir allí durante al menos una década. La noticia fue replicada por los principales medios locales. Pero no hace falta cruzar el océano. En la Argentina son varios los pueblos que iniciaron campañas con el objetivo tan ansiado como difícil de repoblarse, no perderse en el olvido. Sentirse vivos.

Faro supo tener 600 habitantes. Hoy son 14, la mayoría jubilados. Se ubica sobre la Ruta 72, en el partido bonaerense de Coronel Dorrego, entre el mar y las sierras de la Ventana, aunque no están desconectados. La Ruta 3 fluye a escasos 15 kilómetros. Como tantos otros, el pueblo fundado el 14 de diciembre de 1911 creció alrededor del viejo Ferrocarril del Sud. Fue su luz y su cruz, cuando en los ’90 cerró el ramal. Su nombre deriva del faro «Recalada», que estaba en la estación, hoy museo, y que luego recayó en Monte Hermoso.

La historia

La clave de la refundación fue el almuerzo por el 100º aniversario, en 2011. A partir de la masiva concurrencia, pensaron en cómo hacer que el pueblo volviera a crecer. Revitalizaron el Club Atlético Faro, crearon la capilla con la Virgen del Olivo (árbol presente en la región) en lo que era la casa del cambista del tren, y le colocaron carteles a las calles, con nombres de plantas y aves. «Cuando se levanta el tren empieza a desaparecer El Faro. La gente se iba de a montones y dejaron muchos lugares destruidos. Sólo el club se salvó. Así es que a partir de la fiesta del centenario empezamos a hacer el trabajo psicológico a conocidos de que acá había lugar, por 5000 pesos una casa o 1500 un terreno», relata Cristina Balladares, encargada de la estación-museo y presidenta del club. Junto con su pareja Marcelo Cayssials arribaron desde Bahía Blanca hace siete años y encabezaron la refundación.

Faro tiene seis cuadras por dos. El resto está alambrado. Todos los días llegan un par de visitantes preguntando por valores de terrenos, aunque de la mayoría se desconoce sus herederos. Un imán por el que llegan es la posibilidad de alejarse del ruido. «La gente en la ciudad está colapsada», declararon a El Federal Lucía Giacondino y Cristian Atlante, dos treintañeros que viven en Mar del Plata, a punto de recibirse en un curso de bioconstrucción, con intenciones de crear una huerta orgánica. “La idea que tenemos es simple: queremos hacer una casa de adobe, pero además diseñar un modo de vida completamente sustentable, producir nuestros alimentos, trabajando conscientemente la tierra para poder vivir gracias a ella, y vender la producción excedente. Queremos demostrar que otro modo de vida es posible”, detalla Lucía.

Planificaron su mudanza a Faro a partir de la campaña iniciada por la ONG Proyecto Pulpería, que busca revitalizar diferentes pueblos de la provincia. Más de mil personas se comunicaron para averiguar sobre Faro. Con el combo del cierre de trenes, rutas nunca arregladas y la transformación y expansión de la frontera agrícola, hoy existen unos 200 pueblos bonaerenses con menos de cien habitantes. Entre 1991 y 2001, desaparecieron noventa. Para Leandro Vesco, de Proyecto Pulpería, que hace diez años recorre las rutas bonaerenses en busca de lugares sedientos por renacer, hoy se da una “revolución silenciosa” con la vuelta a los pueblos y sus identidades históricas, la mayoría huyendo del ruido ensordecedor de las grandes ciudades.

La identidad

A escasos metros del río Uruguay, en la provincia de Entre Ríos, se erigió Liebig. Primero fue el frigorífico inglés, en la segunda mitad del siglo XIX. Luego el pueblo, en 1975, con el mismo nombre del científico alemán que ideó el preparado de carne conservada, estilo «viandada». Las guerras en Europa sirvieron para venderles carne enlatada a cientos de miles de soldados. Llegó a producir 500 mil kilos. Pueblo Liebig fue uno de los primeros del país en tener cloacas y tendido de agua corriente. Pero a mitad del siglo XX la exportación decayó, y en 1980 los ingleses se fueron. De los casi 10 mil habitantes que tuvo Liebig (4000 en la fábrica), hoy merodea los setecientos.

«Eran las cocinas más grandes de Latinoamérica. Decidieron instalarse aquí porque el calado tenía la profundidad necesaria para que vinieran los barcos de Europa», expresa Patricia Cao. Trabajaba para un laboratorio multinacional, hasta que la despidieron. “Todos los días desde Lomas de Zamora a tomar la General Paz. Sólo adelantaron mi deseo de venir aquí”. Con la indemnización desarrolló en el pueblo entrerriano las Cabañas Liebig.

«El pueblo está dividido por la manga, donde pasaba el ganado. De un lado están las casas bajas que comparten el patio, donde vivían los obreros. Del otro, los chalets de los ingleses. Y al lado de la iglesia, ‘La soltería’, las casas para los obreros sin pareja. Todo se mantuvo, por eso se declaró patrimonio histórico cultural», cuenta.

El turismo y la industria avícola mueven la economía del pueblo, que busca recibir más habitantes. La identidad es palabra sagrada en el pueblo, con la que buscan cautivar futuros habitantes. Se autodenominan «Liebig, un verde con historia». Y no por nada todos los años celebran la Fiesta del Patrimonio y la Identidad.

La misión

Veinte familias se sumarán a la cotidianidad de Colonia Belgrano, a 90 kilómetros de Santa Fe capital, donde viven alrededor de 1300 personas, aunque con capacidad para alojar a 2500. Con estos nuevos habitantes crecerá un 7% su población. Fueron seleccionadas por el programa Bienvenidos a Mi Pueblo, de la fundación suiza Es Vicis, sobre 20 mil que se habían anotado para irse a vivir al pueblo santafesino. Es la primera prueba piloto de esta organización, que busca replicarla en otras 20 comunas.

¿Por qué Colonia Belgrano? Por su «alto potencial de crecimiento económico y social. Buscamos el impulso de pueblos rurales y descomprimir la superproducción de las grandes ciudades», cuenta Agustina Valverde, representante local del proyecto. Los inscriptos debían cumplir con ciertos requisitos: no poseer vivienda propia, tener algún emprendimiento u oficio, e hijos. En asociación con otras ONG como Vivienda Digna, los capacitaron para sus emprendimientos y les dieron créditos de vivienda, con subsidios del gobierno provincial.

En un año estarán finalizadas las casas. Hay desde gasistas hasta productores de accesorios para mascotas. Pero más allá de lo económico, el porqué de cambiar su vida para ir a ese pequeño refugio de tierra y cielo lo definió María Fernanda, que se enteró de la convocatoria por las redes sociales: «Ahora me encontré con la rara situación de tener tiempo». «

Una oportunidad en el sur

Estos días se ganó las páginas de los diarios el caso del pueblo suizo Albinen, pero hay otro ejemplo internacional a muy pocos kilómetros de la Argentina, donde también buscan que un pueblo crezca sumando migrantes. Se trata de Timaukel, en la Patagonia chilena, a 80 kilómetros de la ciudad fueguina de Río Grande. Actualmente viven allí 25 personas, por lo que el municipio compró 40 hectáreas por valor de unos 311 mil pesos argentinos, y las subdividió en 145 terrenos, para regalárselos a quienes quieran residir en este asentamiento, siempre y cuando vayan con un proyecto de desarrollo, ya sea turístico, comercial o de servicios. Una profesora fue la primera en instalarse en Timaukel.

Actualmente, la densidad de población en la región no supera los 0,04 habitantes por kilómetro cuadrado, aunque las autoridades están esperanzadas: ya se anotaron 400 interesados en vivir en este confín sureño.

Repoblar también es discutir: ¿museo o casa de té?

A medida que llegan nuevos habitantes, también pueden surgir discusiones. Eso ocurrió en Faro. Patricia y Daniel llegaron desde Bahía Blanca hace dos años e impulsan un proyecto para la estación de tren: poner una casa de té. Cristina Balladares, junto a otros integrantes de la Asociación, rechaza la iniciativa: «Hoy es un museo, con talleres, algo cultural y educativo. De hecho, con tres compañeros cursamos ahí el Plan Fines. Es un emblema del pueblo. Y un lugar de charlas, para cuidar los recuerdos de los que escribieron la historia, los que la construyeron y los que la destruyeron, y de los que vinimos para refundarla».

Si bien casi no pagan impuestos, tampoco gozan de todos los servicios. Dejan los residuos en dos contenedores, y tienen que avisar por WhatsApp para que los recolecten. Cristina y su esposo Marcelo llegaron a Faro «por casualidad», cuando él viajaba a Monte Hermoso por su actividad apícola y lo encontró a un costado de la ruta. En el frente de su casa, donde supo estar la cooperativa agropecuaria, se lee : «Mi lugar en el mundo». Dice Cristina: «Faro es muy tranquilo y hermoso para vivir, pero no es para cualquiera. Los campos de los alrededores están todos arrendados, ya no se toma la gente como se tomaba antes, por eso hoy la escuela tiene solamente dos alumnos, y uno en jardín. Y uno de ellos egresa este año. Así que el año que viene van a quedar dos alumnos de una sola familia.»

Refundadores nostálgicos y autogestivos

Para Leandro Vesco, titular de la ONG Proyecto Pulpería, se está gestando una revolución silenciosa: «La está haciendo un nuevo ser rural. Se autogestiona y aprende. Tiene ideas. Quiere trabajar. Proyecta. Se repone. Se adapta al entorno. Experimenta. Es autodidacta. Produce sus alimentos. Tiene en el campo más actividad real de la que tenía en la ciudad. Es la vuelta a la pequeña escala».

La ONG trabaja en pueblos bonaerenses con menos de 1500 habitantes, donde el club social y deportivo suele ser clave como punto de encuentro, más allá de lo deportivo, para organizar desde bailes hasta talleres. La mayoría empezó a vaciarse cuando el tren dejó de pasar. El turismo rural, la agroecología y los oficios son las salidas posibles para dejar de ser invisibles.

En Gascón, partido de Adolfo Alsina, pueblo de cinco cuadras por dos y 110 habitantes, crearon una biblioteca comunitaria y pusieron en valor la vieja pulpería. En Erize (Puán), donde viven 20, mejoraron el club y equiparon la sala sanitaria. En Leubucó (Adolfo Alsina), los 30 vecinos crearon una biblioteca. También trabajan en Krabbe (Coronel Pringles), que tuvo 800 habitantes en 1950 y hoy tiene sólo cuatro.

La novedad es Rondeau. Dejó de existir hace décadas. La escuela, el almacén, la estación de tren, todo en ruinas. Pero un grupo de expobladores y «nostálgicos de la identidad rural», como señala Vesco, se propusieron volver a fundarlo: ya restauraron el club.

Fuente: tiempoar.com.ar

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