Juan Sasturain: «La literatura es un mundo infinito»

Esta entrevista, en realidad, se trata de un muy prolongado café con Juan Sasturain, que se transformó en una doble página. Él es una de esas personas que conversa con fruición de los temas más diversos, así los más profundos como los más ligeros, con pasión y naturalidad, con humor y gran desparpajo, siempre interesante, cautivante. Es el escritor de una veintena de libros, el periodista de mil redacciones, el conductor avezado de muy interesantes programas literarios de TV. El futbolero empedernido. El lector acérrimo. El interlocutor convocado para hablar de su último libro, una recopilación de sus cuentos, que empieza hablando de música.

«Siempre me gustó mucho el jazz de los ’40 a los ’60: cuando se enrarece demasiado, no es para mí. Todo el bebop hasta John Coltrane. Ya la fusión, el eléctrico… He aprendido a disfrutar el clásico con los años: música de cámara, el barroco. Y he tenido épocas muy tanguera, hasta los ’50, hasta el último Expósito. Y luego Piazzolla. Un amigo mayor me hizo entrar en la poesía tanguera con un disco de Troilo con Floreal (Ruiz) del ’47. Me hizo escuchar Flor de Lino. Cuando yo trabajaba en la facultad de Letras, le ponía grabaciones de Floreal a los chicos en primer año. El rescate de todas esas formas de la cultura popular en las literaturas marginales. En las historietas, en las letras de las canciones, toda esa zona que en la facultad no se analizaba porque no aparecía en la foto de la cultura. Fue en los ’70 hasta la dictadura.

–Eso se continúa luego en tu literatura.

–Todo el tiempo. Todos los cuentos están atravesados por esos elementos de cultura popular. No hay una marcación de época en los textos, sino hay una continuidad en los intereses, en las modalidades, en el abordaje de la realidad, la mezcla de cosas. Las historias vuelven.

–¿Podés ponerte en crítico de tu obra?

–Antes había una cosa más salvaje, menos controlada. Una respiración y una impunidad, en cuanto a la manera de entrarle a la lengua, que otros trabajos míos no tienen. Con el tiempo vas adquiriendo mecanismos, artificios, recursos de narrador.

–Se dice que en el fútbol se juega como se vive. ¿También se escribe como se vive?

–Totalmente. Justamente, escribí cuentos con fútbol, no de fútbol. No pasan en la cancha sino en la periferia. Mi literatura está penetrada por la historia argentina, por la historia popular, por la ideología, por el rescate de los valores. Todo eso aparece todo el tiempo. Inevitablemente. En los cuentos tiro centros para que alguien cabecee. Busco complicidades. No tiene que ser una cosa críptica.

–¿Sos nostalgioso?

–No, a veces, como trato ciertos temas, creen que lo soy. Pero mal o bien, uno habla de lo que más conoce, su experiencia, sus vivencias, y hay que hacerse cargo de eso. Eso lo vas procesando. Por ejemplo, en uno de los cuentos, «Dudoso Noriega», laburo con la Mar del Plata mítica de los años 50… Claro, mítica para mí, porque tenía diez años…

–¿De todos los trabajos que hiciste, te quedas con el de escritor?

–Lo que tiene que ver con mis propios sueños es la escritura, por eso es lo que más disfruto. Soy escritor. Pero como tengo que vivir, terminé haciendo montones de cosas, crítica literaria, ficción, historietas, ensayos, crónica futboleras. Pero el gesto primero es la lectura. Y el segundo la escritura. Uno fue y sigue siendo lo que ha leído.

–¿Qué leés?

–Ahora soy un relector. Estoy leyendo como un animal. Eso me lo da la libertad de tiempo. Aunque no sólo de tiempo. Recuperé el gusto y la capacidad de atención. Es cuestión de parar la máquina. Ahora estoy con los ingleses, Chesterton, Lewis, Lawrence, Durrell, Auden… Alguno supone que soy fanático de los policiales porque he escrito y he tenido un programa sobre policiales (Disparos en la biblioteca). No: soy lector de autores; no, de géneros. Hemingway, Salinger, Kane. Lo hermoso de la literatura es que es infinita. Y siempre te va a estar esperando, siempre está ahí. Un mundo infinito del cual podés entrar y salir todo el tiempo. Esa sensación es una maravilla. Tenés tanto para descubrir, conocer, disfrutar. Y además está la oportunidad, siempre renovada. Es como cuando te encontrás con gente inteligente, sensible, querible: la comunicación no se agota en una charla. Por ejemplo, podés volver a leer a Onetti tres veces o más… Lo leíste a los 20 y lo entendiste de un modo. Y luego de otro, porque estaba hablando de una experiencia que no era la tuya… Mirá Borges, un autor absoluto y determinante. Él es una literatura. Él es un mundo. Hemos tenido la suerte de tenerlo en nuestra lengua; los otros lo tienen que leer traducido. Una de las inteligencias de la literatura más poderosa del siglo. En un ejemplo maravilloso.

–Con Bioy tenía también ese intercambio, ese diálogo del que hablabas. Y ahí fluían historias.

–Borges tiene una cosa muy hermosa: que fue lector de escritores, un gran lector que te hace participar del placer de su lectura. Siempre dijo que no tenía cosas importantes que contar, que no le había pasado nada importante. Pero que había leído mucho. Un Henry Miller o un Norman Mailer hacen de su propia experiencia de vida el material de donde sacan su narrativa. Jorge Luis Borges, no. Y tiene esa cosa tan hermosa del efecto multiplicador del tipo que te despierta, a través de su amor a lo que ha leído, su capacidad de lector inteligente, de iluminarlo. Y genera la curiosidad en el el lector. Te lleva a leer a James Joyce, a Stevenson, a Chesterton, a partir del estímulo que te puede dar la lectura borgeana.

–Tu narrativa no es borgeana sino más plantada en la experiencia.

–No, puede tener mucha mayor marca de color local y de costumbrismo que la literatura borgeana, que tiene una intencionada estética por su concepción de la cultura y sus posiciones ideológicas. Todo lo que podía lindar con el costumbrismo, o tuviera referencia con el populismo, le provocaba escozor. Y nosotros pertenecemos a otra área de pensamiento. Pero soy absolutamente borgeano, a pesar de que las materias de las que escribo no tengan nada que ver con él. Uno mezcla Oesterheld con Borges y el Negro Fontanarrosa y trata de que funcione.

–En esa ensalada bien condimentada, ¿cuál es gusto que se destaca?

–Lo que decanta de todo eso es que mi literatura, conscientemente, está hecha con palabras, no está hecha ni con argumentos ni con personas. Es una cuestión de lenguaje. Es mucho más importante el cómo que el qué. Un escritor se define por cómo escribe, más allá de qué habla. No hay temas grandes y temas chicos. Con temas grandes se puede escribir una tremenda pelotudez. Y con temas chicos se pueden hacer obras maestras. Depende de la mirada. Es tomar conciencia de que estás utilizando un instrumento que no es transparente, que es opaco y que hay que forzarlo cada vez para conseguir un efecto de persuasión, de veracidad. Como diría Roland Barthes es la diferencia entre un escribiente y un escritor. Un escribiente usa el lenguaje como si fuera transparente, predeterminado, como si fuera digital. Saludable y maravillosamente no es así. Las palabras están vivas.

–¿El lenguaje sigue estando vivo?

–Sí, para siempre. El lenguaje no es el diccionario ni la Real Academia. Es esto. Es esta conversación. La escritura es el decantado. Pero el lugar donde el lenguaje vive es la oralidad.

–¿A pesar de los tiempos modernos y las redes sociales?

–Tienden a retroceder hacia la oralidad pura. La escritura es una convención, después de todo. La oralidad se plasma en la escritura. Cuando la lengua escrita empieza a dictar reglas, va a perder siempre.

–La regla es escribir en 140 caracteres.

–La oralidad es lo que define la condición del lenguaje. Eso es comunicación. Los hablantes cambian; la realidad cambia. Pero la escritura va siempre detrás, necesaria y saludablemente detrás, y establece un sistema que no puede operar vigilantemente sobre la oralidad. Lo que sucede es que la escritura casi fonética de la pantalla ha vuelto a un estadio muy antiguo, cagándose en todo lo que ha pasado después. Como si estuviéramos en el siglo XV, cuando recién se va plasmando la oralidad en la escritura.

-¿Un retroceso?

-Un avatar. Quién sabe dónde va a ir a parar. Por suerte, no sabemos.

El fútbol, entre Bielsa y el Mellizo

–Veo mucho fútbol, más de lo que debería. Ahora todos los partidos se parecen entre sí. Tres o cuatro variantes y listo. Sobre todo en las ligas con más guita de Europa. Parecen la NBA. La tana se parece más a la argentina: más desprolijidad, más fricción. Por suerte, el fútbol sigue teniendo una altísimas dosis de imponderables. Pero tácticamente se trata de que no haya variantes: tantos jugadores obedientes y supremacía absoluta de los técnicos…

–¿Y la Selección?

–Un equipo muy previsible a pesar de los buenos jugadores. O no hay permisos o alguien no los concede. En general los jugadores juegan por debajo de lo que saben o lo que pueden. Los que sobresalen son los que rompen con los esquemas, por aptitud personal (Messi) o aquellos que se salen del libreto porque recién llegan, o porque está en su naturaleza. La primera vez que tuve esa sensación fue con alguien que quiero y respeto mucho que es el Loco Bielsa.

–Más querible él que sus equipos.

–Sí, claro. La Argentina de Bielsa fue absolutamente esquematizada. Su tendencia a controlar el azar. Atacaba de un solo modo y no había margen cuando no salía. Hay que volver a discutir jugadores y no puestos o esquemas.

–Sos fanático de Boca.

–Me gusta cómo lo trata de hacer jugar el Mellizo. Prefiero este Boca a los anteriores.

«Nunca armé libros, se fueron armando solos»

Sasturain nació en 1945 en Gonzáles Chaves. Como periodista trabajó en Clarín, La Opinión, P/12, Humor y Super Humor. Creó las revistas Feriado Nacional y Fierro. Escribió novelas, cuentos, crónicas, guiones de historieta. Obtuvo el Premio Amnesty Internacional (1988); el Internacional Semana Negra de Gijón (1990), por su relato «Con tinta sangre» y el Konex (2014).

–¿Qué significa «Cuentos…»?

–Darle pelota al espacio en el que me siento identificado. Junté cinco libros con distintas características: Zenitram (’96), La Mujer Ducha (2001), Los Galochas (2007), Zotivenco (2009) y Picado grueso (2006) que es de fútbol. Textos que habían salido en P/12 o en otros lados, más otros de novelas publicadas o por venir… Son 66: un choclazo. Los propuse y el ordenamiento final lo hizo Claudio Zeiger.

–¿Qué sentís al releer lo que escribiste hace tanto?

–Algunos son de principios de los 80. La sensación es linda, a veces incluso de sorpresa. Los cuentos, en general, como casi todo lo que escribí, fueron el resultado de un estímulo muy puntual. Porque tenía una sección en una revista, o una contra o… Nunca armé libros, se fueron armando solos.

–¿Reescribís mucho?

–Es muy frecuente que los cuentos tengan varias reescrituras. Como «Susvin», uno breve, muy fontanarrosesco, se convirtió, ensamblado, en uno mucho más largo. O «La Mujer Ducha», que era «La bicicleta sentimental». Empecé en vísperas las elecciones del ’83 y la reescritura lo convirtió en una variación de «Hombres de la Esquina Rosada» de Borges. Siempre con miradas de la realidad, mucha calle, social, política.

–Con tonos muy variados.

–Se da. «Tinta Sangre» está escrito en segunda persona, un personaje norteamericano en un registro especie de colombiano o cubano. Hice el ejercicio de estilo que tuviera el tono subrayado del bolero, llevado al extremo del desgarramiento. Tanto que el nombre es un segmento de «Nuestro Juramento». Me interesaba que no tuviera identificación. Muy libre, me encanta. «El subjuntivo» también es un ejercicio de estilo. Como «Zenitram», escrito en segunda, en un futuro.

-¿Dejaste las historietas?

-El Viejo (Alberto) Breccia me motivó para escribir «Perramus», ambientada durante la dictadura. Pero no me salen historietas. No soy un guionista vocacional. Soy más palabrero, de usar el lenguaje que de contar con imágenes. Y son oficios bastante diferentes. Hay que saber. Ojalá tuviera las virtudes de Carlitos Trillo. Guillermo Saccomanno, el Loco Barreiro.

–En los últimos tiempos hiciste varias recopilaciones.

–No he hecho una carrera literaria. No construí la figura del escritor. Las recopilaciones buscan un lugar en el cual focalizar ese concepto. El libro es el espacio del reconocimiento físico de la existencia del poeta, del cuentista, del escritor. Mi horizonte inmediato es el de la ficción, la narrativa. No extraño la redacción, a la que he disfrutado muchísimo. Extraño a los amigos. «

Fuente: tiempoar.com.ar

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