El día en que el pueblo copó la Plaza de Mayo y parió al peronismo

En el poblado calendario peronista, el 17 de Octubre de 1945 es el «día cero». El punto de partida, el Big Bang que en una misma combustión fraguó al pueblo como actor político irreductible y puso en marcha a un movimiento político que hoy cumple 70 años de agitada vida, es decir, más de un tercio del bicentenario de existencia de la Nación argentina. Aquel día, en una Plaza de Mayo que refundaba su identidad y exigía, hasta conseguirla, la libertad de Juan Domingo Perón, la historia se dobló sobre una bisagra. En esa jornada, el peronismo, por así decirlo, nació criado: mostró, en potencia, la matriz de lo que sería, su vitalidad y sus contradicciones, todo el amor y todo el odio, consignó Tiempo Argentino.

Había ocurrido el golpe de junio del ’43, que puso fin a la «Década Infame»; en octubre de ese año, Perón había llegado al Departamento Nacional de Trabajo, elevado luego al rango de Secretaría Trabajo y Previsión; y en julio del ’44 asumió la vicepresidencia. Todos fueron hechos de peso, pero el acta de nacimiento del peronismo es clara: dice «17 de Octubre de 1945», en un parto plebeyo, multitudinario y callejero. «Más de un millón de ciudadanos aclamó presidente al Cnel. Perón», sostuvo, un día después, el diario La Época. Acción y reacción, en esa misma hora también surgía, en una resignificación de los sectores conservadores, la contracara, el antiperonismo.

«La movilización de los obreros ese día pone de manifiesto su adhesión al coronel detenido, quien surge como líder popular con apoyo en un ala nacional del Ejército, y se lanza a la candidatura que lo llevará al poder el 24 de febrero de 1946. La vieja izquierda y la vieja burocracia sindical quedan superadas por esa irrupción obrera», sostuvo ante Tiempo el historiador Norberto Galasso. En su análisis, el ensayista hizo foco en dos aspectos que marcaron a ese peronismo inicial: su carácter movimientista, que hace del pueblo en marcha un actor concreto, que excede el formalismo de las urnas, y su naturaleza incómoda y desconcertante para expresiones políticas más tradicionales, en un acertijo que, por caso, la izquierda local nunca pudo desactivar.

La puja de poder en el gobierno militar que presidía Edelmiro Farrell había recrudecido. La balanza se inclinó hacia los sectores refractarios a los cambios impulsados por Perón y al ascenso en la popularidad de su figura, a fuerza de los apoyos ganados entre los sindicatos. Con el influyente ministro de Guerra, Eduardo Ávalos, como principal instigador, el 12 de octubre Farrell ordenó la detención del coronel, que un día después quedó recluido en la cañonera Independencia y, luego, fue trasladado a la Isla Martín García. Pocos días después, comenzó el malestar entre los trabajadores, con huelgas y movilizaciones en distintos puntos del país: desde los azucareros de Tucumán a los peones de los frigoríficos en Berisso. Todos pedían por su aliado uniformado, más aún el 16 de octubre, día de cobro de la quincena, cuando se supo que el feriado pago que había decretado el ex secretario quedó en la nada. Con un «vayan a reclamarle a Perón» los patrones salaban las heridas. La efervescencia obrera, con un mismo santo y seña, creció hasta el pico del 17 de Octubre, desbordando la conducción de la CGT, que con cautela había dispuesto una huelga, pero recién para el 18, y ganando la pulseada a los militares antiperonistas. Ávalos tuvo que pactar con su detenido las condiciones de su liberación, para calmar al «populacho» que, de forma inédita, habían copado la plaza.

«Fue el inicio de un proceso de Liberación Nacional con gran protagonismo de los trabajadores, a los cuales el líder considero columna vertebral del frente nacional y popular. Las tres banderas del peronismo dieron los rasgos del período 1945-1955, contracara de la ‘Década Infame’ que se había iniciado en el año 30», sostuvo Galasso.

Para Marcelo Koenig, director de la Escuela Superior de Gobierno y secretario general de la Corriente Peronista Descamisados, la clave es el pueblo. «Es la primera vez que irrumpe en la historia como lo conocemos hoy, con su voluntad política y la clase trabajadora adentro», destacó Koenig, autor de un libro reciente sobre la Constitución del ’49, otro hito de la historiografía justicialista. Para el dirigente, eso le dio a la jornada, desde el vamos, la envergadura de «momento mítico fundante», con las patas en la fuente como símbolo de la metamorfosis del pueblo en factor de poder. «Es la primera vez. Hasta ese momento, en gran parte de la historia política argentina, sobre todo desde las batallas de Caseros y Pavón, el pueblo no fue protagonista y cuando se lo consultó, a partir de la Ley Sáenz Peña y la elección del ’16, sólo se expresaba mediante el voto», señaló Koenig. «La diferencia en el 17 –completó– es que se expresa en la calle, asume su destino y lo hace torciendo una historia que prácticamente estaba echada.» Así se refirió «al curso de las contradicciones internas del ’43, que establecían que se había acabado la experiencia de reconocimiento por el Estado de los derechos a los trabajadores. Eso, que estaba casi enterrado, que había llevado a meterlo preso a Perón, es lo que viene a revertir el pueblo, interviniendo en la historia directamente, no recuperando un protagonismo, sino construyendo uno que nunca antes había tenido.»

Con el paso del tiempo, la fecha, además, sería designada Día de la Lealtad peronista. «La lealtad –sostuvo Koenig– es generalmente tomada como algo unilateral, pero siempre es una cuestión de reciprocidad. Uno es leal con los que le son leales. Y lo que hace ese pueblo el 17 es devolverle gentilezas a Perón. Se pone de pie para defender a quien le había reconocido derechos.» Para el militante, «ese es el verdadero gesto de lealtad, no el seguimiento ciego sino algo más similar a la confianza entre los amigos».

El octubre del ’45, Dante Rubio tenía 15 años. Su padre, Valentín Saturnino Rubio, era secretario General de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) y ferviente seguidor de Perón. «Mi viejo era anticapitalista de toda la vida pero no encontraba canalización de sus inquietudes en el Partido Socialista ni en el Comunista», contó Rubio, que trabajaba como peón en los talleres metalúrgicos de la entonces Corporación de Transportes. «Mi papá –contó– venía hablando, junto con otros dirigentes, con el coronel, y me había transmitido la impresión que le provocó. Mi viejo decía que este hombre iba a hacer la revolución social en la argentina.»

Rubio destacó que «el 17 tuvo una parte que fue espontánea y otra organizada», en alusión al paro decretado por la CGT y que «también implicaba la coordinación con oficiales que seguían apoyando a Perón, como el coronel Mercante, para que no hubiera una masacre en esa movilización». En cuanto a la parte espontánea, fue el simple fruto de los logros conseguidos gracias a la gestión de Perón. «Los trabajadores de la ciudad y del campo se habían visto beneficiados por todas las medidas que se venían produciendo: vacaciones, mejores salarios, convenios colectivos, cobertura en accidentes y el cumplimiento de leyes que existían pero que no se aplicaban en el interior del país», enumeró Rubio.

De todos modos, cosas del destino y reflejo del estado de situación que comenzaría a cambiar, Rubio no pudo pisar la Plaza de Mayo en aquella oportunidad. «Yo, como todos, paré ese día, pero mi viejo me pidió que no me fuera a la plaza. Él era español y alquilábamos con mi abuelo materno un departamento. ‘Si esto fracasa, a mí me aplican la ley de residencia y me mandan a la España de Franco; el único ingreso es el tuyo, vos no vengas’, me dijo mi papá», relató. Así que se quedó viendo «cómo pasaban las columnas que venían del partido de San Martín», y después se pegó a la radio, a la espera del discurso del líder liberado. La revancha le llegó después de las elecciones del ’46. «Ahí lo conocí personalmente, en un homenaje de la UTA. Estuve hablando 15 minutos con Perón y Eva. Habían lanzado las escuelas de orientación profesional y Perón me preguntó qué nos enseñaban en teoría y Eva quiso saber si la comida era buena, si los maestros nos respetaban», recordó Dante, que hoy milita en «la asamblea de Floresta, con compañeros del Movimiento Evita».

Roberto Baschetti, historiador y coleccionista de publicaciones y documentos del peronismo, acaba de lanzar un libro compilando testimonios de la época, como los de Rubio (ver aparte). Se trata de esa mirada de primera mano que, como pocas veces, en este caso es forma y contenido. «Fue el reconocimiento del pueblo a la figura de Perón. Es a partir de que él llega a la Secretaría de Trabajo y Previsión, que en ese momento era una dependencia casi olvidada, que el pueblo argentino por primera vez en nuestra historia dejó de tener sólo obligaciones para comenzar a tener derechos», marcó Baschetti. «En definitiva –resumió–, llevó a la práctica esos derechos sociales que estaban conculcados, ni hablemos del aguinaldo, de las vacaciones pagas, cosas que ahora parecen normales y que en ese momento no existían.»

En la recopilación de voces que el historiador realizó para su trabajo, se encontró con un hecho repetido: «El respeto al trabajador es fundamental y eso lo veo en los testimonios. Y después está el caso del Estado, que se vuelve el garante de un acuerdo entre los obreros y la patronal. Por primera vez el Estado obliga a cumplir lo que se estipula», describió. Es el cambio de paradigma que, con el tiempo, va a derivar en las paritarias, las convenciones colectivas y los juzgados de trabajo. «Antes, el trabajador tenía razón, pero a quién le iba a protestar. El patrón tenía la fuerza y la policía brava de su lado. Tenías que agradecer que no cobraras una paliza. Ahora había un lugar donde ir a reclamar”, destacó Baschetti.

Fuente: Infonews

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