El crédito hipotecario y a la producción, el desafío del sistema financiero local

El sistema bancario de nuestro país ha experimentado, desde 2003 a esta parte, un sensible proceso de recuperación. En particular ha sido la banca pública la que se recuperó luego del intento de desmantelamiento operado durante la década del noventa. De ese proceso quedaron en pie 10 bancos provinciales y dos bancos nacionales (el Nación y el BICE).

Según consignó Tiempo Argentino, la banca privada, por su parte, ostenta en la actualidad 45 firmas de las cuales 34 son de capitales nacionales y once de capitales extranjeros. Los efectos de la bancarrota de fines de 2001, a diferencia de lo ocurrido en otras crisis de similares características como la del ’30 en Estados Unidos, no produjo un proceso de concentración.

Recuperación y ganancias
Una vez superada la tormenta, a través de la brutal devaluación de la moneda nacional y de otras medidas de preservación del entramado bancario desenvueltas entre 2002 y 2003, los bancos resurgieron y, hoy por hoy, ostentan los niveles de rentabilidad más elevados entre las compañías argentinas como lo demuestran los desempeños en las cotizaciones de sus acciones en el mercado bursátil y, concretamente, en los informes de rentabilidad del propio BCRA que cruza los «resultados financieros» sobre el «activo neteado» de las entidades.

Allí se verifica un incremento sostenido y exponencial desde 2007 que, del conjunto del sistema, va desde un 1,5 en 2007 hasta un 3,4% en el año 2013. Para el caso de las entidades privadas (que representan un 85% de las firmas), la rentabilidad llega hasta un 3,7% desde un 1,5 en 2007. Promover una futura etapa de desarrollo implica orientar esas utilidades hacia un interés de tipo colectivo.

Los menores beneficios registrados por la banca pública no se explican por una menor actividad puesto que, en los últimos 20 años, su cartera de depósitos creció un 6,5 % con relación al total del sistema.

Banca de Desarrollo y banca pública
Esa menor rentabilidad de la banca pública solo puede explicarse por el rol que le ha tocado jugar ante la ausencia o los límites de una Banca Nacional de Desarrollo (por la experiencia trunca del BANADES y la marginalidad del BICE), impulsada por los lineamientos políticos expresados también en el BCRA. Ahora, la restricción externa, la fragilidad del mercado de cambios y la crisis internacional le plantean a la Argentina el desafío de encarar una etapa de desarrollo siganada por la promoción de las inversiones necesarias para la mejora de la competitividad a nivel sistémico evitando atajos por la vía del tipo de cambio. Sin embargo, el sistema financiero local, tal como hoy se encuentra, parece incapaz de dar respuestas acordes a la envergadura del desafío.

Tanto a nivel de créditos productivos como, en menor medida, de la oferta de préstamos hipotecarios han sido los bancos públicos quienes han asumido la tarea de ofrecer financiamiento a tasas accesibles orientados por la política de los gobiernos nacionales y provinciales.

La banca privada, en rigor, se ha concentrado en la oferta de créditos para el consumo bajo la forma de préstamos personales y de tarjetas de crédito, mucho más rentables.

Según el informe de junio 2015 de créditos al Sector Privado No Financiero elaborado por el CEFID-AR, el total de préstamos se distribuyó por mitades entre los rubros empresas y familias. Sin embargo, en este último ítem, el rubro de préstamos hipotecarios explica apenas un 4% del total de los créditos (mientras las tarjetas y créditos personales llegan al 41 por ciento). Pero además, lo curioso es que, mientras el incremento total anual de los créditos alcanzó un 26,8%, en el caso de los préstamos para vivienda el crecimiento fue de apenas un 0,3% lo que implica un retroceso relativo que pone de relieve, sin atenuantes, la principal cuenta pendiente del sistema bancario local con el mercado interno.

En rigor, la banca local ha aportado a traccionar la actividad a través del consumo familiar y, en menor medida aunque crecientemente, al financiamiento de la producción. Ese rol lo ha tenido que jugar, finalmente, y en forma directa el Estado a partir del impulso con fondos de la Anses del plan Pro.Cre.Ar o planes impulsados desde organismos y ministerios públicos.

Política y agenda pendiente
Según Carlos Heller, diputado nacional del Partido Solidario y presidente de la comisión de finanzas de la cámara de diputados, «hay un hito clave que es la reforma de la carta orgánica del BCRA que en los noventa había sido reducido a ser custodio del valor de la moneda. Ahora es una entidad que se ocupa de la preservación del empleo y la actividad dándole derechos para intervenir en el sistema, fijando tasas y orientando el crédito como lo hizo con la resolución de inversión productiva», explicó.

Con todo, para el dirigente del Credicoop, «nuestro proyecto de ley de servicios financieros se reflejó en la reforma del BCRA. Pero en esta se establecen ‘facultades’ mientras que la ley establece ‘obligaciones concretas» se entusiasmó. Consultado sobre la posibilidad de poner en pie una Banca de Desarrollo y la viabilidad de que sea la banca pública la que ejerza ese rol explicó que «un país que busca un proceso de industrialización debería contar con un Banco de Desarrollo. Apunta a la industrialización y la desprimarización. El problema es cómo se fondea porque el crédito para el desarrollo es a largo plazo. Es muy dificil fondear eso con recursos transaccionales. No se puede captar a 30 días y prestar a 30 años», y continuó poniendo de ejemplo el distinguido caso brasilero: «El BNDES no capta depósitos, se fondea con el sistema previsional. Es un buen modelo, como una Anses transformada en banco. El BICE es una buena base pero requiere una redefinición de objetivos y asegurar el fondeo.»

El contraste regional de la profundidad del sistema
Un informe elaborado recientemente por Hernán Hirsch, del equipo técnico de la Fundación DAR, pone de relieve la necesidad de superar un límite del sistema financiero local en lo que hace a su aporte al desarrollo que se refiere a la denominada «profundidad del sistema financiero» (la relación entre préstamos totales y PBI) que, en el caso de la Argentina, llega a apenas un 17,5% (sólo supera a Ecuador) mientras que la media regional llega al 35%( Brasil ostenta un 50% y Chile un 85%).

El dato tiene correlación con otra información que destaca el mismo informe referido a la deuda de las empresas sobre el PBI y que muestra una evolución negativa desde 2004 a esta parte pasando del 34,8 hasta un 21,4% en diciembre de 2013. Para Heller, «ese dato es objetivamente cierto pero no señala la tendencia. Del 2003 a esta parte y más aún desde la reforma de la Carta Orgánica, esa participación creció de manera significativa. La pregunta es cuánto está destinada a las grandes empresas multinacionales, cuánto al consumo y cuánto, por ejemplo, a las pymes. En Chile habría que analizar cuánto de eso se explica por las corporaciones que se fondean con recursos locales. También hay que ver cuánto es financiamiento especulativo y cuánto plantea la posibilidad de insolvencia». Y concluyó que «la gran deuda es el crédito hipotecario. Solo es posible con el concepto de servicio. La banca pública si presta a 20 años al 2% pierde plata. El mayor problema es el descalce entre la evolución del salario que ha sido positiva y el valor del metro cuadrado de la propiedad que es lo único que le ganó al salario por especulación inmobiliaria. No es sólo un problema de oferta de crédito sino de desarrollar una política impositiva de investigar el orígen de los fondos. El valor de los inmuebles se aleja de tal forma que no hay financiación que lo haga posible», concluyó.

Para Ramiro Castiñeira, de la consultora Econométrica: «El sistema financiero renace de sus cenizas tras la eclosión de 2001. Si bien en la última década más que duplicó su tamaño, todavía es muy chico comparado con la región. Lo positivo es que renace con fundamentos más sólidos. Está pesificado (porque la gente no quiere depositar sus dólares). Chile es un caso extremo en la región. Como no hay déficit público, no hay riesgo de devaluación fuerte. De fondo, en la Argentina, el problema es la debilidad del peso». concluyó.

Fuente; Infonews

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