Bryan Cranston en primera persona: un viaje largo y sinuoso hasta llegar a Breaking Bad

No todo comienza con Walter White. Sí la fama internacional y el fanatismo alrededor del químico calvo devenido en narcotraficante que despertó Breaking Bad , pero no la vida y la historia de quien lo interpretó a lo largo de seis temporadas: Bryan Cranston . Para demostrar todo lo que hay detrás de su silueta delineada en remeras y tazas de desayuno, más allá de la celebración de fanáticos y la fascinación de millones de espectadores, está el libro que escribió hace apenas un año y hoy llega con el impulso de la cercanía y la autenticidad. Lejos de una autobiografía, o de unas improvisadas memorias, Secuencias de una vida es el testimonio de una vida de inagotables aventuras, es un largo camino hacia el descubrimiento de la identidad y la vocación, es una reflexión sobre lo que significa ser actor, sobre el aprendizaje de esa profesión, sobre los desafíos y los placeres de mantenerse en ese camino, hecho siempre sobre la marcha.

Desde su tumultuosa vida familiar, sus aventuras de motoquero con su hermano, su trabajo degollando pollos en una granja, sus primeros papeles importantes en series de televisión como Loving o Malcom, hasta el reconocimiento por la interpretación de Lyndon Johnson en la obra de teatro All The Way -papel que le valió un premio Tony, en 2014-, el recorrido que ofrece Cranston en primera persona es honesto y cautivante, lleno de momentos divertidos y otros angustiantes, escrito con un notable pulso para mantener la atención sin perderse en digresiones o caer en la tentación del autoelogio. Además de ser protagonista de una vida intensa y repleta de cambios inesperados, Cranston es un lúcido narrador, capaz de construir personajes con voz propia, de hilvanar sus vivencias con sentido y armonía, de deslizar una mirada lúcida y reflexiva frente a todo lo que acontece a su alrededor.

El libro comienza con una cita de Shakespeare: «Un hombre representa muchos papeles». De allí nace el más famoso de ellos: Walter White, que le da su nombre al primer capítulo. Si bien Breaking Bad es el gancho para acercarnos al libro, no es imprescindible ser un fanático de la serie -ni siquiera haberla visto completa, me atrevería a decir- para disfrutar de la lectura. Ese primer capítulo es apenas una entrada, un guiño de complicidad: el recuerdo de la muerte de Jane -personaje que representa un cambio drástico en el devenir moral de su emblemático personaje- como eco de la relación de Cranston con su familia, con su hija y con su madre. Así ese personaje de ficción, que para muchos no seguidores de Breaking Bad puede ser una extraña, se convierte en familiar cuando el actor la evoca en su tarea como intérprete, en la emoción que experimentó en esa escena al imaginar una muerte cercana, íntima, decisiva.

De allí parte, en los siguientes capítulos, el recorrido por su propia infancia: el breve idilio de sus padres, el abandono de su papá, actor de fracasos y sueños perdidos, el resentimiento y la soledad de su madre, figura elusiva y ambigua, marcada por el alcoholismo y la inmadurez. Sus años de juventud se construyen como un rompecabezas en el que los recuerdos no se amontonan, sino que cada uno adquiere su entidad en el conjunto, a medida que las páginas relacionan a los personajes, los traen y llevan de un lugar a otro, les otorgan medida y complejidad. Así, un enamoramiento adolescente se convierte en un desolador descubrimiento en su adultez, sus incursiones como actor infantil adquieren nuevo eco en su futuro profesional, la fragilidad del entorno familiar se revela como una herida persistente y fuente de progresivas inspiraciones. Cranston nunca hace trampa, dedica tiempo y letra a cada aventura por igual, desligado de esas recurrencias vindicativas de muchas biografías (del tipo «me dijo que no podía ser actor, que me dedicara a otra cosa») y atento al disfrute que puede despertar en el lector la más directa de las confesiones.

Parte de su educación sentimental está condensada en el capítulo en el que cuenta el trabajo en la granja de sus abuelos, inmerso en la sangre y los excrementos de las gallinas, o en el que relata las trampas tirando diarios a la basura en sus años de juvenil canillita. Sin embargo, el más deslumbrante de todos es el extenso relato de su viaje estilo Easy Rider a lo largo de los Estados Unidos. Casi diez años después de que Fonda y Hopper lo hicieran en pleno «flower power», los Cranston Brothers viajan por las más inhóspitas ciudades, durmiendo en iglesias y refugios, sobreviviendo con trabajos precarios y comiendo lo que encontraban. Atrás había quedado su aventura internacional como niño explorador, su trabajo como vigilante de seguridad, sus estudios de criminalística, su insólita profesión de ministro de bodas en la isla Catalina. La prolongada aventura en moto que inicia con su hermano en 1976 lo lleva desde Arizona hasta Luisiana, desde Daytona Beach hasta Nueva York, le ofrece el descubrimiento del teatro de Ibsen en las solitarias lecturas dentro de la carpa, la incursión en pequeños papeles en compañías teatrales de provincia, y el aprendizaje de trucos profesionales como la vaselina en el rostro para estimular las lágrimas.

Su gran acierto como escritor es combinar el despertar amoroso con las conquistas de su vida profesional: cada etapa de su vida conjuga ambos aspectos, su arte se nutre de esos secretos guardados en su memoria que la escritura saca a la luz. Desde el fracaso de su primer matrimonio hasta su primer trabajo estable en Loving, de la violenta y peligrosa relación con su alocada novia Ava a su rol travestido de mucama en la serie Camuflaje, o de villano despiadado en Helicóptero. Todos sus trabajos, desde la series diurnas que pasaron sin pena ni gloria hasta las que marcaron su carrera como Seinfeld, Los expedientes secretos X (donde conoció a Vince Gilligan, quien lo convocó, luego, para Breaking Bad) hasta la popular Malcom, de cargar y descargar camiones en el muelle de Roadway International a grabar perfiles de usuarios en un sitio de citas online, todos tienen la misma importancia en el relato, siempre definidos por un espíritu lúdico y desafectado, tan atento a la memoria personal como a la pertinencia literaria.

Cuando se trata de relaciones personales, Cranston aborda a todos los que han pasado por su vida y han dejado huella. Sus padres, sus amigos, su esposa y su hija, sus compañeros de trabajo. Todos están allí y adquieren su lugar también como personajes, delineados a lo largo de capítulos en los que llegan y se van para siempre volver. Tanto sus vínculos decisivos, como el que forjó con su hermano a lo largo de los años, con su esposa Robin -compañera de crisis y celebraciones-, con su hija Taylor -hoy también actriz-, y sobre todos con sus padres -cuya relación es tal vez la más compleja, atravesada por el dolor del abandono, el enojo de la adolescencia y la comprensión de la adultez-, como los esporádicos, aquel con un suicida que le despertó ira e interrogantes, o con el padre de un amigo con el que pintaba a brocha gorda y realizaba pequeñas venganzas por trabajos impagos como arrojar caballa en el conducto del aire acondicionado, tienen presencia literaria, son parte de su identidad y sustancia de su legado.

Secuencias de una vida es también un testimonio de lo que significa escoger una profesión compleja e inestable como la del actor. Lo que significa prepararse para cada papel, superar los fracasos, enfrentar el temor a pasar meses sin empleo, atender las demandas de la fama, la dependencia del reconocimiento y el miedo al olvido. Cranston recorre cada etapa de su vida y su profesión con la misma pasión, con la misma entrega. Tanto sus años de premios y popularidad con Breaking Bad como la incertidumbre y las oportunidades del después de la serie, su incursión en Broadway interpretando la compleja figura de Johnson, expresidente de los Estados Unidos, sucesor de Kennedy y pieza clave de la Guerra Fría. Desde su juventud hasta la tardía fama, la vida de Cranston se vuelve fascinante e inesperada, pensada frase a frase, imprevista día a día.

Fuente: lanacion.com

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